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�Contribución fundamental a un pleito: Nebrija
toria de la Filología, cuyos autores muestran, con rara excepción, una
falta de curiosidad pasmosa por todo lo que se refiere a España.
En agosto de 1492, Nebrija, el primer gran humanista español,
publica su Gramática Castellana. 1 solo hecho de reducir a
arte una lengua romance supone ya una valoración estimativa de la
misma; es tomar una posición entre los defensores de la lengua vulgar.
Así lo entiende el concepto de la época, declarado expresamente por
Villalón años más tarde: "Todos cuantos hazen cuenta de las lenguas
y de su autoridad dizen, que la perfecion y valor de la lengua se deve
En su país, no obstante la desdichada actitud de Salamanca al
impedirle la reincorporación, puede decirse que Nebrija obtuvo el
reconocimiento que se merecía. Gozó, por lo pronto, de la protección
de dos figuras eminentes: la Reina Isabel y el Cardenal Cisneros.
A este respecto, y como muestra del generoso espíritu de su protector
el Cardenal, resulta altamente significativo el siguiente fragmento de
la Memoria del rector Hernando Balbás, donde se alude a la se
gunda ida de Nebrija a Alcalá: "El Cardenal mi señor oigo mucho
¿e su venida, y se lo agradeció, siendo yo Rector, mando que lo tra-
tomar y deducir de poder ser reducida a arte" (2),
Nebrija, o Lebrija, llamado realmente Antonio Martínez de Xarana, fue sin duda una de las figuras más ilustres de su época (3).
Con él se inició en Europa el estudio gramatical de las lenguas mo
dernas. Sus eruditos conocimientos alcanzaron también al griego, latín
y hebreo; de los tres idiomas escribió gramáticas, y remozó la ense
ñanza inspirándose particularmente en los métodos de Lorenzo Valla.
Con justísimo orgullo pudo decir en la prefación de su Vocabu
lario: "Fue aquella mi doctrina tan noble, que aun por testimonio
de los envidiosos y confesión de mis enemigos, todo aquesto se me
otorga: que yo fui el primero que abrí tienda de la lengua latina y
osé poner pendón para nuevos preceptos... y que ya casi de todo
punto desarraigué de toda España los Doctrinales, los Peros Elias y
otros nombres aun más duros, como los Gaiteros, los Ebrardos, Pastranas y otros no sé qué apostizos y contrahechos gramáticos, no me
recedores de ser nombrados. Y que si cerca de los hombres de nuestra
nación alguna cosa se habla de latín, todo aquello se ha de referir
a mí. Es, por cierto, tan grande el galardón deste mi trabajo, que en
este género de letras otro mayor no se puede pensar".
Lo que da especial realce histórico a Nebrija, y no sin fundamento
por ser él quien, echó las bases de tales estudios, es la Gramática
Castellana.
Tres son los motivos que lo llevan a componer la obra. El primero
responde a un ideal de fijación del idioma: "para que lo que agora
e de aqui adelante en el se scriviere pueda quedar en un tenor, e es
tenderse en toda la duración de los tiempos que están por venir"; y
esto, porque él consideraba que nuestra lengua ya había llegado a la
cumbre de su perfección (6).
Como tantos otros hombres de su tiempo, Nebrija no confinó la
curiosidad a una sola disciplina, la lingüística; se interesó, asimismo,
por las Matemáticas, la Astronomía, la Historia y la Teología.
El segundo motivo es de índole fundamentalmente didáctica y, en
cierto modo, subordina y condiciona su obra a fines extraños: tender
un puente para llegar a la gramática latina.
Enseñó en Sevilla, Salamanca y Alcalá. En esta última colaboró,
junto con los hebraizantes Alfonso de Zamora, Pablo Coronel y Al
fonso de Alcalá, y con los maestros de lengua griega Ducas, Vergara
y Hernán Núñez, en la edición que, bajo la protección del Cardenal
Cisneros, se hizo de la Biblia Poliglota; obra en la cual, según
Henríquez Ureña, "se apuró la mejor ciencia filológica de los tiem
pos" (4). Claro está que no es frecuente que el nombre de Nebrija
ni el de aquellos doctos maestros figuren en los manuales de His-
En cuanto al tercero y último, rezuma el sueño imperialista de
la España de entonces y la fe en su cumplimiento: facilitar a los pue
blos que se conquisten el conocimiento de nuestro idioma. Declara
Nebrija que fue el obispo de Ávila, Fray Hernando de Talavera,
quien en Salamanca, ante la pregunta de la Reina sobre qué provecho
tendría la obra, se adelantó con entusiasmo a exponer dicha fina
lidad: "después que vuestra Alteza metiese debaxo de su iugo muchos
pueblos barbaros e naciones de peregrinas lenguas, e con el venci
miento aquellos temían necessidad de recebir las leies quel vencedor
pone al vencido, e con ellas nuestra lengua; entonces por esta mi Arte
podrían venir en el conocimiento della, como agora nosotros depren
demos el arte de la gramática latina para deprender el latin". Con
razón dice Menéndez Pidal que "la primera gramática de una lengua
romance que se escribía en la Europa humanística fue escrita en es-
(2)Cristóbal de Villalón, Gramática Castellana, 1558, en La Vi^aza, ob. cit.,
pág. 243, columna 482.^
(3)Sobre en vida y bu obra pueden consultarse: Pedro Lemus y Rubio. El Maestro
Elio Antonio de Lebrixa, en Revue Hispanique, ts. XXII (1910) y XXIX (1913); M. Menéndez Y Pelayo, "Cuadro general de la cultura española en tiempo de los Reyes Ca
tólicos", en Antología de Poetas Líricos Castellanos, t. VI, Madrid, 1911; Américo Castro,
"Lingüistas del pasado y del presente", en Lengua, Enseñanza y Literatura, paga. 140-155,
Madrid, 1924.
(4)"Cultura Española de la Edad Media," en Plenitud de España, págs. 112-113;
Buenos Aires, 1940. Sobre este punto véase, también, Marcel Bataillon, írosme el
L'Espagne, págs. 24-47; París, 1937.,
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tasse muy bien, y le assentase de catreda sessenta mil maravedís y
cien fanegas de pan: y que leiesse lo que quisiesse, y si no quisiesse
leer que no leiesse, y que esto no lo mandaua dar porque trabajasse,
sino por pagarle lo que le deuía España" (5).
Propósitos de su obra
(5)Documento transcrito por P. Lemus Rubio en el trabajo referenciado.
(6)Véase la dedicatoria a la Reina Doña Isabel la Católica, que introduce su
Gramática; pág. 1 y siguientes en la edición de José R. Sánchez, Madrid, 1931,
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�peranza cierta del Nuevo Mundo, aunque aún no se había navegado
para descubrirlo" (7).
Agrega luego Nebrija que también servirá a todos los otros que
tienen algún trato con España y necesidad de su lengua, los cuales
"si no vienen desde niños a la deprender por uso, podranla mas aína
saber por esta mi obra". Obsérvese que ese "si no vienen desde niños
a la deprender por el uso" es particularmente significativo y fija, en
cierta manera, el alcance que para el ilustre polígrafo tiene la gramá
tica. En ningún momento parece pensar que ésta sea imprescindible
para adquirir el dominio práctico de la lengua materna. Es tardía
mente, según vemos luego, y por influencia del logicismo, que se le
atribuye tal finalidad a dicha disciplina. Para Nebrija la gramática
obra más bien a posteriori, y, sobre todo, como guía y consejera. Sus
preceptos, cogidos del uso autorizado, defienden "que el mesmo uso
no se pueda por ignorancia corromper".
non faciam (no haré), parum faciam (poco haré)" (Donato). La enu
meración de similitudes podría aún continuarse.
No se piense, sin embargo, que nuestro autor se atuvo servil
mente al patrón clásico. Su mirada sagaz le permitió descubrir dife
rencias entre el latín y el español. Así, por ejemplo, señala que "de
clinación del nombre no tiene la lengua castellana salvo del número
de uno al número de muchos"; así, también, declara que el latín
tiene tres voces (activa, verbo impersonal, pasiva), mientras que el
español sólo tiene la activa. Además reconoce diez partes de la ora
ción en lugar de las ocho que por lo común se distinguían en el
griego y latín: "Nosotros, con los griegos, no distinguiremos la interjecion del adverbio, e añadiremos con el articulo el gerundio, el cual
no tienen los griegos, e el nombre participal infinito, el cual no tienen
los griegos ni latinos. Assi que serán por todas, diez partes de la
oración en el castellano: nombre, pronombre, articulo, verbo, parti
cipio, gerundio, nombre participial infinito, preposición, adverbio,
conjunción" (8).
Principales influencias
Es cierto que en muchos aspectos donde Nebrija vislumbró dife
rencias entre el latín y el español —se me ocurre ahora lo referente
a los casos—, forzó el sentido de la interpretación para ajustar las
gramáticas de amibas lenguas. Pero quizá lo movió a ello su decla
rado propósito preliminar de colocar un puente para llegar a la gra
mática latina; y quizá, asimismo, complacía en ese ajustar un oculto
y legítimo orgullo nacional: la conformidad suponía ensalzamiento y
dignificación del castellano, ya que el criterio imperante veía en el
latín un dechado de suma perfección (9). Es lástima, sin embargo,
que nuestro preceptista limitara su estudio a la metódica; con esto la
gramática perdió el hálito vital de la primera exegética literaria donde
tuvo su germen, y que conserva aún en el autor de las Instituciones,
según señala Alfonso Reyes.
El primer ensayo de codificación gramatical de un idioma ro
mance no pedía, necesariamente, desasirse por completo de la tra
dición clásica. En ésta se inspiró Nebrija y en ella fundó su obra.
Quintiliano y Donato, sobre todo, le suministraron divisiones, catego
rías y nombres. En cuanto a Aristóteles, aunque citado más de una
vez por nuestro autor, poca influencia ejerció en su espíritu.
En Quintiliano apoya la división de la gramática en dos partes:
metódica o doctrinal, que contiene los preceptos y reglas del arte,
e histórica o declaradora, que explica a los poetas y a otros autores
en cuyos modelos debemos inspirarnos. Dentro de la primera, única
de que se ocupa, establece Nebrija la división tradicional que llega
hasta hoy: Ortografía, Prosodia, Etimología (en el sentido de lo que
luego se denominó Morfología, y también, con menos propiedad,
Analogía) y Sintaxis. Además comprende la obra una quinta parte,
que responde en especial a uno de los propósitos ya apuntados: "De
las introduciones de la lengua castellana para los que de extraña
lengua querrán deprender".
A Donato sigue de cerca en las definiciones de las partes de la
oración. Compárense, por ejemplo, las del nombre: "es una de las
diez partes de la oración, que se declina por casos, sin tiempos, e
significa cuerpo o cosa" (Nebrija); "es una parte de la. oración que
tiene caso, que significa un cuerpo o una cosa en particular o en
común" (Donato); las del adverbio: "es una de las diez partes d,e la
oración, la cual añadida al verbo hinche, o mengua, o muda la. sig
nificación de aquel, como diziendo bien lee, mal lee, no lee..." (Ne
brija) ; "es una parte de la oración que, agregada al verbo, completa,
muda o disminuye su significación, como jan faciam (ya haré), o
Método y teoría
La Edad Media, que había tenido en Aristóteles el maestro su
premo, subordinó la lógica y la gramática a la metafísica. Causa de
ello, sin duda, fue el tratado de Porfirio sobre Las Categorías,
que, como señala Bertrand Russell, llevó a interpretar el Organón
demasiado metafísicamente. La escolástica puso todo su empeño en
acomodar el lenguaje a la teoría de los universales y de las categorías
(7) Ramón Menénbez Pidal, "El Lenguaje del Siglo XVI", en Los Romances de
América y otros estudios, págs. 137-187; Buenos Aires, 1939.
(8)Ed. cit., pág. 99. Llama Nebrija nombre participial infinito al participio inva
riable que con el verbo haber forma los tiempos compuestos de nuestra conjugación.
(9)Observa Erasmo Bu ceta (Homenaje a Menéndez Pidal, t.l, págs. 85-108) que
el buscar la conformidad entre los romances y el latín se halla ligado estrechamente a
factores políticos. España, que aspira a ser la heredera del viejo Imperio Romano, busca
en la lengua un elemento más para fundar su pretensión. Garcilaso de la Vega padre,
embajador de los Reyes Católicos ante Alejandro VI, hace el primer alegato en favor
del español basado en la semajanza con el latín (1498), en extraña justa en la que in
tervenía el embajador del rey de Francia, cuyas pretensiones imperialistas chocaban ya
con las de España.
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-jiA^as OAnjB as ao^nB oajsanu anb 'oSjBqraa uis 'asuaid as o^^
�aristotélicas. Esto originó muchas malas gramáticas y muchas malas
metafísicas. Puede ser, como señala el citado filósofo inglés, que con
el suficiente cuidado las diferencias metafísicas puedan tener cierta
relación con las diferencias sintácticas; "pero si es así, será sólo por
un largo proceso que comprende, incidentalmente, la creación de un
lenguaje filosófico artificial". Y, claro está, este lenguaje en muy
poco se parecerá a una lengua natural.
Empeñada en tales intentos, la gramática escolástica se sirvió
lógica y fundamentalmente de la deducción. Construyó sistemas
más o menos atrayentes, pero se privó de nuevos conocimientos que
sólo podían aportarle la observación y la inducción.
Nebrija, al incorporarse, según vimos, a la corriente de la mejor
tradición latina, se aparta de la actitud escolástica. Y si bien por un
lado paga tributo a la autoridad de los viejos libros, por otro aprende
a escrutar la realidad del idioma y a cimentar su trabajo en prin
cipios científicos. Él opera sobre un material inexplorado y ello lo
obliga de continuo a tener delante ese material. La realidad idiomática se le ofrece virgen para el descubrimiento, y nada de insólito,
pues, que éste lo atraiga más que los sistemas. Faltará en su obra —y
yo pienso que no es de lamentar—: la anhelada simetría que bus
caron los escolásticos, pero se palpará siempre la aguda observación
de los hechos, que es el elemento esencial para el valor y la perdu
rabilidad de un libro de los de su clase.
Consecuencia de la precitada postura es que nuestro gramático
no se atenga a un criterio unitario para clasificar las partes de la
oración. Unas veces se basa en la forma, como ocurre en el verbo:
"se declina por modos e tiempos, sin casos" (10) ; otras, en la función,
como en el adverbio: "añadida al verbo hinche, o mengua, o muda
la significación de aquel" (11); casos hay, en fin, en que se funda en
la forma y significación, según se ve en la definición del sustantivo:
'^se declina por casos, sin tiempos, e significa cuerpo o cosa" (12).
Si en el capítulo correspondiente al artículo formula un punto
de vista unitario, al decir que "la diversidad de las partes de la
oración no está sino en la diversidad de las maneras de significar",
tal concepto no tiene en su obra ulterior desarrollo. Es un asomo
sin trascendencia de las ideas filosófico-gramaticales del Estagirita o
de algún gramático escolástico. El deseo de enfrentarse directamente
con el idioma, sin dejarse arrastrar por un desmedido afán de sis
tematización, y asirlo no importa en qué dirección, pero asirlo en
toda su compleja realidad, le hizo al ilustre nebrisense traicionar la
lógica, pero le permitió dar los elementos suficientes para distinguir
las diversas partes de la oración y penetrar en su naturaleza. ^
¿Que no todas sus conclusiones sobre tan debatido punto sean
hoy aceptadas como verdaderas? ¿Que juzguemos, por ejemplo, ina
decuado el incluir las interjecciones entre los adverbios? De acuerdo.
Pero, ¿cuánto camino no se habría ahorrado en el conocimiento
de la estructura de la lengua de haber seguido las direcciones
que él imprimió a su estudio? Después de más de tres siglos
de tanteos, de marchas y contramarchas, Andrés Bello, el ini
ciador de la gramática moderna, vuelve a adoptar, para distinguir las
partes de la oración, una positura que, si no igual, es muy semejante
a la de Nebrija. También en Bello hay un apartamiento involun
tario de su punto de vista inicial; apartamiento que, como veremos
luego, contribuye eficazmente a una más cabal comprensión de los
elementos idiomáticos. Creo que una estricta valoración de Nebrija
exige que se le considere no sólo en relación con el pasado, como
iniciador de la gramática romance y renovador de los estudios lin
güísticos, sino también en relación con el futuro, con sus continua
dores. Entonces se comprenderá que no es únicamente su prioridad
en el tiempo lo que lo hace acreedor a nuestra consideración.
Hay otros varios aspectos de la doctrina gramatical en los cuales,
después de mucho andar, se vuelve asimismo hoy a la interpretación
de Nebrija. Así en el concepto de artículo, que él define como par
tículas "que añadimos al nombre para demostrar de que genero
es" (13). Definición que está muy próxima a la dada actualmente
por lingüistas de la autoridad de Amado Alonso y Pedro Henríquez
Ureña, quienes desechan, por insuficiente o inoportuna, la basada
en la idea de determinación que acogieron nuestros gramáticos de
ios ^iglos XVIII y XIX (14).
También la noción de género del nombre posee en el nebrisense
visos de modernidad. Aunque en la definición parece apuntar la idea
antropomórfica y llega a confundir género con sexo, en el desarrollo
se basa en un criterio puramente formal: distingue el género de los
nombres por el artículo que requieren (15). Dicho criterio fue aban
donado posteriormente, sobre todo durante el romanticismo en que
cobró auge la interpretación antropomórfica, pero lo retoman luego,
en esencia, Andrés Bello y los mejores gramáticos modernos al fundar
la distinción genérica en la concordancia con el adjetivo.
Observa D. Américo Castro que las denominaciones que utiliza
Nebrija para los tiempos del verbo ("presente, pasado no acabado,
pasado acabado, pasado más que acabado, venidero") son más vivas
que las actuales, y se percibe en ellas la intención de llegar a la in
teligencia del lector. Intención, añadamos, que parece estar siempre
presente en él como reacción ante cierta enseñanza dogmática y
memorística.
Desde luego, sería absurdo pretender que, después de 450 años,
la obra de Nebrija mantuviera en todos sus puntos una vigencia
actual. Hay muchos aspectos de su doctrina que han sido superados
y que hoy resultan insuficientes o equivocados. El concepto de acci
dente gramatical, por ejemplo, tiene en él gran latitud e imprecisión:
(13)Pág. 130.
(14)A. Alonso y P. Henríquez Ureña, Gramática Castellana, 1. y 2.
Buenos Aires, 1938-39.
(15)Véase pág. 119.
(10)Ed. cit., pág. 133.
(11)Pág. 151.
(12)Pág. 101.
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JOd OJOS BJ38 'ISB SS 18 OJsd,, i 8B3IJ3B^UIS 8BpU3J3Jip SBJ UOO UppBJ3J
B^jap janai uBpand sBaisijBjara SBi^nsJsjip sbj opspma s^nspijns jo
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sbjboi SBipnuí A sboijbuibjS sbjbiu SBqonuí oui^ijo ojs^
�si por género entiende en el nombre lo que acabamos de ver, en el
verbo toma por tal "aquello por que se distingue el verbo activo del
absoluto" (16). Tampoco nos satisfacen actualmente su definición de
sílaba, su noción de pronombre y varios otros puntos que sería ocioso
enumerar. Incompleto nos resulta su estudio de la sintaxis, donde
sólo trata los casos más generales de la concordancia y construcción.
No aborda para nada el examen de la subordinación, y el de la
coordinación, con sus problemas, apenas lo roza. ¿Supone ello men
gua de su gloria? De ninguna manera. En tan ardua empresa, nadie
—me atrevo a afirmar— podría haber hecho más. Per otra parte,
si él tuvo cabal conciencia de sus merecimientos, también la tuvo
de sus posibilidades: "io quise echar la primera piedra, e hazer en
nuestra lengua lo que Zenodoto en la griega e Crates en la latina;
los cuales, aunque fueron vencidos de los que después dellos escri
^ieron, a lo menos fue aquella su gloria, e sera nuestra, que fuemos
los primeros inventores de obra tan necesaria" (17).
A los valores intrínsecos ya apuntados, la Gramática de
Nebrija une otro no por cierto menos digno de interés: el docu
mental. En ella se encuentran, según señala Cuervo, los primeros
datos positivos sobre ortografía y pronunciación castellanas (18). Nue
ve capítulos del libro están destinados al estudio de las letras y de
su pronunciación. Sostiene Nebrija que "assi tenemos de escrivir
como pronunciamos, e pronunciar como escrivimos". Y es, precisa
mente, este buscar el ajuste entre pronunciación y escritura lo que
lo lleva a detenerse con especial cuidado en las descripciones de los
sonidos; descripciones que, si bien carecen de la precisión científica
que la fonética les lia dado hoy, son particularmente expresivas, y
constituyen inestimable fuente para conocer el habla de la época.
Su criterio de la corrección
El ideal de lengua que, teóricamente, toma como normativo
nuestro primer preceptista es el más recomendable. Al definir la gra
mática declaradora dice: "expone e declara los poetas e otros autores
por cnia senté jangá avernos de hablar" (19). La lengua de la litera
tura, pues, es el dechado en que debe apoyarse la corrección idiomática. Tal orientación supone no sólo dignificación y encumbramiento
del punto de mira, sino también armonización en el conflicto que las
variedades regionales planteaban entonces con particular intensidad
en la Península: implica subordinación dé los particularimos localistas
a superiores motivos estéticos.{
de poseer la fuerza normativa que adquirió posteriormente, no puede
extrañar que alguna vez Nebrija se apoye en el uso cortesano, digni
ficado por el secular prestigio de Toledo, y que otras se deje llevar
por la influencia de su solar natal, Andalucía (20). El más alto ideal
de la lengua, atisbado por Nebrija y definido en 1515 por Francisco
López de Villalobos ("en todas las naciones del mundo la habla del
arte es la mejor de todas"), sólo será elaborado con precisión y de
fendido con firmeza tiempo después por el sevillano Fernando de
Herrera (21).
Alguna vez, y para legitimar ciertos cambios ortográficos que
juzga convenientes (siempre moderados, es cierto, porque piensa que
"en aquello que es como lei consentida por todos, es cosa dura hazer
novedad"), Nebrija exhorta indirectamente a la Reina a que los
prohije: "hasta que entrevenga la autoridad de vuestra Alteza, o el
consentimiento de aquellos que pueden hazer uso, escrivamos aquellas
pronunciaciones para las cuales no tenemos figuras de letras en la
manera que diximos en el capitulo sexto, presuponiendo que adulte
ramos la fuerza dellas" (22). Al lado, pues, del uso autorizado, otro
elementos rector: el Soberano. Criterio éste que quizá desconcierte al
lector contemporáneo, pero que nada de inaudito tiene en una época
en que el monarca lo era todo. Se recurre a él como suprema autoridad
coordinadora, atribuyéndole una facultad muy semejante a la que pos
teriormente tuvieron las Academias.
Creo, asimismo, que es digno de notar cómo en las palabras pre
cedentes se revela otra actitud esencial de Nebrija frente a su pro
fesión de gramático: no obstante su reconocida autoridad, se siente
respetuoso del uso y se resiste a modificarlo por sí solo. A sus ojos,
y esto asoma insistentemente en la obra, la misión fundamental del
gramático se reduce a registrar el uso lingüístico y orientar el gusto
hacia aquellas formas de mayor dignidad. Lástima que después mu
chos de sus seguidores olvidaran tan ejemplar actitud, para pretender
erigirse en hacedores de la lengua, con lo cual sólo consiguieron
hundir la Gramática en hondo desprestigio.
También en alguna oportunidad, y siguiendo a Quintiliano,
nuestro preceptista recurre a la lógica para fundar las normas de lo
correcto. Declara que entre ciertas partes de la oración existe un orden
casi natural y muy conforme a la razón que exige que las cosas que
por su naturaleza son primeras y de mayor dignidad se antepongan
a las secundarias y menos dignas; diremos, por tanto, "el cielo y la
tierra", y no al revés. Condena la alteración del orden, para él
natural, de las personas, que en el uso impuso la cortesía; en lugar
de "el rei, e tu e io venimos", preceptúa: "io, e tu e el rei...". Igual-
Claro está que en una época en que la literatura se hallaba lejos
(16)Pág. 134.
(17)Pág. 7.
(18)Rufino J. Cuervo, "Disquisiciones sobre Antigua Ortografía y Pronunciación
Castellanas", en Revue Hispunique, t. II, 1895; incluido en Disquisiciones sobre Filología
Castellana^ Buenos Aires, 1948.
(19)Pág. 13.
(20)Así, en la pág. 104 se lee: "El nombre substantivo es aquel con que se aiunta
un artículo, como "el ombre", "la muger", "lo bueno"; a lo más dos, como "el infante",
"la infante", segund el uso cortesano". Acerca de la influencia andaluza véase el trabajo
ya citado de R. Menéndez Pidal.
(21)Sobre esta cuestión puede consultarse el penetrante y erudito estudio de Amado
Alonso, Castellano, Español, Idioma Nacional, especialmente págs. 80-94; Buenos Aires,
1938.
(22)Pág. 53.
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Baoda Bnn ua auaij oupnBm ap Bp^u anb ojad 'oauBjodraajooa jtojaaj
jb ajjapuoasap ^zmb anb aisa oijaju[) 'ouBjaqog ja :jojaaj so^usraaja
ojio 'opBziJomB osn jap 'sand 'opBj jy '(^^) SBjjap Bzaanj bj soraBj
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bj ua sBJ^aj ap SBjn^ij soinaua^ ou sajBna sbj BJBd sauopBpunuojd
SBjjanbB souiBAoasa 'osn aaz^q uapand anb sojjanbB ap oiuauui^uasuoa
ja o 'Bzaijy BJisanA ap pBpiJojnB bj BSuaAaajua anb b^sbij^ rafíijo^d
soj anb b Bupjj bj b ajuauíE^oaJipui Bjjoqxa Bfjjqa^j ' (típBpaAou
jazBTj Bjnp B8oa sa 'sopoj jod epnuasuoa pj oraoa sa anb ojjanbB ua,,
anb Bsuaid anbjod 'ojjap sa 'eopBjapora ajdraais) sajuatuaAuoa BSznf
anb sooijbjoOJJO sotquiBa soijap JBUiíjtÜaj BJBd A 'z^a BunSjy
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-ap A upispajd uoa opBJoqep B^38 ojos '(ttSBpoj ap jofara bj sa ajjB
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sajojnv sojl}o a svj^od soj BJBjaap a auodxa,, :aaip vuopvuvpap BaijBin
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jrAijasa ap soraauai issb,, anb Bfuqa^yj auapaog -uopEpunuoid ns
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sojaraijd soj 'oA^an^ BjBuas unSas. 'uBJjuanaua as Bjja u^ -jBjuara
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apuop 'sixbjuis bj ap oipn;sa ns B^jnsaj sou ojajdraoauj UBjaranua
osopo Bijas anb sojund sojjo soijba A ajqraouojd ap uopou ns 'BqBjis
ap uopiuipp ns aiuoiujBnjaB uaaBjsijBS sou oaodraej^ *(9j) tíoinjosqB
jap OAiiaB oqjaA ja an^uijsip as anb jod OjjanbB,, jb) Jod Bino^ oqjaA
ja ua 'J3A ap souiBqsaB anb oj ajqraon ja ua apuapua ojauaS jod is
�mente, un criterio lógico-formal le lleva á censurar formas como "vos
sois bueno", "vuestra merced es bueno". Y no en otro criterio se
funda la doble división tripartita en: lexis (perfecta dicción), barbarismo (vicio intolerable) y metaplasmo (pecado excusable), por el
lado que se refiere a la palabra aislada; y phrasis (perfecta habla),
solecismo (vicio intolerable) y schema (pecado excusable), por el
lado que se refiere a las relaciones de los vocablos. El pecado excu
sable o figura no es más que un apartamiento autorizado por el uso
a normas fijadas fundamentalmente por la razón. Apartamiento
que obedece a influencias de la afectividad, de intereses de la
acción o de otros elementos subjetivos. El olvidar estos elementos
y el tomar la lógica como único patrón de la lengua conducirá pos
teriormente a la gramática a las más falsas y arbitrarias interpreta
ciones. Pero si está en Nebrija el germen de ese ulterior descarrío,
fuerza es reconocer que a él la lógica nunca llega a obcecarlo, ni al
canza a constituirse a sus ojos en instancia suprema del bien decir.
Al cabo de los razonamientos citados más arriba concluye: "Pero a
la fin, como dize Aristóteles, avernos de hablar como los mas, e sentir
como los menos" (23). ¡Cómo rezuma aquí el fino espíritu del humanista que no se para en fruslerías! Y es este mismo velar más por
lo de dentro que por lo de fuera el que lo lleva a expresar que "las
palabras fueron halladas para dezir lo que sentimos, e no, por el con
trario, el sentido a de servir a las palabras" (24).
el siglo XIX, en que adquiere formulación precisa con Schleicher. Se
supone que los idiomas, como los organismos vivos, están sujetos a
un proceso de nacimiento, juventud, vejez y muerte. Y, claro está,
al admitir tal fatalismo, nada más lógico, por lo menos como deseo,
que ahincar todo el empeño en aminorar el ritmo de la marcha.
DE NEBRIJA A BELLO
No es mi propósito trazar una historia de la gramática española
a través de tan largo como denso período. Ello rebasaría los fines de
este trabajo y mis posibilidades. Tan sólo pretendo señalar sucinta
mente las direcciones principales de dichos estudios; y esto, en lo
que juzgo necesario para la conexión de las dos épocas que me ocupan
y en cuanto tengan un interés para una más exacta valoración de los
autores que las representan. Quedarán fuera muchos nombres cons
picuos y aspectos sustanciales: unas veces por no considerarlos tan
ilustrativos para el propósito señalado como otros que, aunque menos
importantes en sí mismos, instruyen y animan en mayor grado; otras
veces, por haber carecido de la información necesaria. No obstante
esto último, creo que la escasa atención que han merecido estos
asuntos será suficiente excusa para que hable de ellos.
Por otra parte, resulta sorprendente que Nebrija llegue a vis
lumbrar aspectos del lenguaje que sólo aflorarán varios siglos más
tarde gracias a las investigaciones estilísticas. Así, su sagacidad des
cubre lo que hay en el hablar de intención activa para producir de
terminados efectos en el oyente: "las palabras son para traspassar en
Criterio autonomista; dos posiciones ante la gramática:
las orejas del auditor aquello que nosotros sentimos teniéndolo atento
en lo que queremos dezir" (25). Idea ésta que reviste un aire tan mo
derno, que nos trae de inmediato a la memoria nombres como el de
Ferdinand de Saussure o Charles Bally.
Hacia 1535 Juan de Valdés publica un interesantísimo libro:
El Diálogo de la Lengua. Si bien no se hace ahí una exposición me
tódica de doctrina gramatical, se abordan ciertos problemas sobre el
idioma que conviene tener presentes.
No escapó Valdés a la reiterada tendencia de la época de iden
tificar el español con el latín. Sin embargo, no intenta amoldar el
romance a la lengua madre. Su espíritu penetrante intuye un genio
y un estilo en la lengua nueva. De aquí que reste importancia a su
raíz puramente material y trate de encontrar en ella misma las for
mas adecuadas de expresión: "quando me pongo a escrivir en caste
llano, no es mi intento conformarme con el latín, sino esplicar el
conceto de mi ánimo de tal manera que, si fuere possible, qualquier
persona que entienda el castellano alcance bien lo que quiero
dezir" (1). Desecha el neologismo latinizante y la costumbre de co
locar el verbo al fin de la oración, dos defectos muy habituales en la
producción literaria anterior, especialmente en la prosa que pagó
tributo a su origen más erudito. En el mismo criterio autonomista se
funda una de las censuras al vocabulario de Nebrija, "que no tuvo
intento a poner todos los vocablos españoles, como fuera razón que
A quien tan hondo caló en la función del lenguaje, ¿cómo podía
escapársele que las normas de la gramática deben interpretarse con
amplitud y que en ocasiones el conocerlas puede servir para la
dearlas? La gramática defiende el uso autorizado, pero lo defiende
para que "no se pueda por ignorancia corromper". No se niega, pues,
la inmanente esencia evolutiva del idioma: sólo se le condiciona a
determinados límites. La prevención se dirige expresamente al cambio
que se origina por desconocimiento de lo ya establecido. Es cierto, sin
embargo, que en Nebrija actúa con mucha intensidad una fuerza frenadora: la creencia de que el idioma ha alcanzado la máxima perfec
ción y que más puede esperarse su caída que su ascenso. Sentir pesi
mista que sume sus raíces en una concepción naturalista de la lengua,
que apunta en la antigüedad y se arrastra más o menos latente hasta
(23)Pág. 163.
(24)Pág. 76.
(25)Pág. 77.
Valdés y Villalón
(1) Dialogo de la Lengua, ed. Montesinos, "La Lectura", pág. 87; Madrid, 1928.
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ua JBSSBdsBjj BJBd nos SBjqsjsd sbj,, :aiuaXo ja na soiaaja sopBuuuaa}
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sbui sojSis soijba ubjbjo[jb ojos anb afBnijuaj jap sojaadsB JBjqiunj
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sojnaraaja sojsa jepiAjo j^ 'soApafqns sojuaraap sojjo ap o nopae
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ja jod '(ajqssnaxa opeaad) mii3%p$ A (ajqejajoini opiA) owspajos
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ja jod '(ajqe8naxa opoaad) otusvjdojatu A (ajqejajojni opiA) omsiu
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as oijajija ojjo ua ou ^ '44ouanq sa paajara BjjsanA,, 'wouanq sios
boa,, oraoa sbuijoj JBansnaa b ba^jj aj jBraaoj-oatSoj oíaajija un 'amara
�hiziera, sino solamente aquellos para los gjiarles hallava vocablos la
tinos o griegos que los declarassen" (2^.
Y aun cuando en más de tma oportunidad emplea el vocablo
corrupción al referirse * la formación y evolución del romance, en
ningún momento piensa en una vuelta hacia atrás. Sería, pues, es
pecioso .pretender encontrar en el Diálogo un asomo de la concep
^ión naturalista, que veía en todo evolucionar un germen de descom
posición y disgregación. Cambiar puede suponer ascenso y perfec
ción. Y es en tal sentido que ve Valdés la marcha del castellano. De
lo contrario, si interpretara todo cambio como necrosis, lo guiaría,
si no ya un ideal de retorno, por lo menos de fijeza y detención.
Pero este ideal ni siquiera aflora en el Diálogo. Si Nebrija compuso
su gramática pensando "estar ia nuestra lengua tanto en la cumbre,
que más se puede temer el decendimiento della que esperar la subida",
Valdés, en cambio, pone su fe esperanzada en lo futuro. Será injusto
su juicio sobre la producción anterior, pero fuerza es reconocer que,
por lo menos en esto, el posterior advenimiento de un siglo de oro
le ha dado la razón frente al docto humanista.
Este concepto de la lengua como cosa haciéndose y nunca con
cluida le lleva a percibir —aunque, claro está, no con la precisión
moderna —la diferencia entre el latín, lengua muerta, y los romances,
lenguas vivas: "las lenguas vulgares de ninguna manera se pueden
reduzir a reglas de tal suerte que por ellas se puedan aprender" (3).
Su pensar aquí también es contrario al de Nebrija, que compuso su
Gramática, según vimos, con el fin de que los nuevos pueblos con
quistados aprendiesen nuestra lengua "como agora nosotros depren
demos el arte de la gramática latina para deprender el latin". Valdés
no cree en la posibilidad de llegar al conocimiento del romance por
medio de la gramática. "Nunca pensé tener necessidad del", responde
a su interlocutor Marcio-, que le pregunta por qué no ha leído el
mencionado libro de Nebrija. La lectura de las buenas obras es el
mejor instrumento para el aprendizaje de una lengua: "los que quie
ren aprender una lengua de nuevo, devrían mucho mirar en qué
libros leen", porque "es tal nuestro estilo quales son los libros en
que leemos" (4). He aquí, en el siglo XVI, un postulado didáctico
que hoy aceptan sin reserva las más destacadas autoridades.
A Valdés le interesa más el idioma que la gramática. Por eso,
con dar tres o cuatro reglas gramaticales cree cumplir con sus amigos.
Se detiene, en cambio, en el lado idiomático y estético: "La principal
razón que tengo es el uso de los que bien escriven. Podría también
aprovecharme del origen de los vocablos, pero no quiero entrar en
estas gramatiquerías" (5).i
Fundándose en el mismo criterio autonomista de Valdés, Cris
tóbal de Villalón publica en 1558 su Gramática Castellana, en la
cual pretende "dar arte para el puro castellano muy desasido del
latín" (6). No sin injusticia dice en el discurso proemial que la
Gramática Castellana de Nebrija "tiénesse por tradución de la
latina por lo cual queda nuestra lengua según común opinión en su
prístina barbaridad". Niega que exista declinación en el romance,
y, fundándose en un punto de vista sobre todo formal, reconoce sólo
tres partes de la oración: nombre, verbo y artículos; en estos últimos
incluye todas las partes invariables (preposición, conjunción, adver
bio e interjección).
Pero si coincide con Valdés al sostener la autonomía del caste
llano frente al latín, discrepa con él al refirmar el valor y utilidad
de la gramática. En esto acompaña a Nebrija. Y es curioso: las
razones que lo indujeron a componer su obra son, fundamentalmente,
las mismas que obraron en Nebrija: a) "porque en ningún tiempo esta
nuestra lengua se pudiesse perder de la memoria de los hombres,
ni aun faltar de su perfec^ión"; b) "porque la pudiessen todas las
naciones aprender" (7). Pero falta en Villalón aquella otra razón
nebrisense: tender un puente para llegar a la gramática latina. Firme
en su criterio autonomista, rehuye cuanto pueda suponer subordi
nación.
Insinuación de un equilibrio
Entre la postura antigramatical de Valdés y la de los que reducen
toda la enseñanza del idioma al estudio de su gramática, se insinúa
una intermedia en la primera mitad del siglo XVII. Encajan en ella
Juan de Luna y Gonzalo Correas. El primero, en una obra desti
nada al uso de extranjeros, Arte Breve y Compendiossa para
Aprender a leer, escrevir, pronunciar, y hablar la Lengua Es
pañola (1623), si bien censura y combate a los contrarios de la
enseñanza gramatical, declara que "para aprender bien una lengua
se ha de buscar una buena Gramática, buenos libros, y un buen
maestro; el conocimiento de aquellos depende de la saviduria, y ex
periencia deste, porque si el que enseña, no es ladino, mal conocerá
los libros que tienen buen lenguage, ó malo; y así digo que el buen
maestro es el todo, para aprender una lengua". La gramática, pues,
ya deja de ser medio exclusivo para transformarse en uno de los
medios. Al lado de ella están los libros y el maestro, es decir, el
idioma vivo.
Gonzalo Correas, por su parte, afirma que "la arte es, i á de ser
komo entrada i puerta, ó puente, para pasar depresto a los libros;
no para divertirse y detenerse en ella largo tiempo" (8).
En la realización de sus obras, sin embargo, tanto de Luna como
Correas se atienen en esencia a los métodos tradicionales. Correas,
igual que Nebrija, busca que su Gramática Castellana sirva para que
(6)En Lk Vinaza, ob. cit., pág. 244, col. 484. Sobre la vida y obra de Villalón puede
verse Makcel Bataillon, ob. cit., pág. 698 y sigs.
(7)La Vinaza, pág. 244.
(8)Trilingüe de tres artes de las tres lenguas, castellana, latina, i griega, en Aviso
al lector.
(2)Ed. cit., pág. 11.
(3)Pág. 46.
(4)Pág. 157.
(5)Pág. 80.
— 98 —
— 99 —
�— 66 —
— 86 —
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qoispajd bj uoa ou 'B^sa oJBja 'anbutiB— Jiqpjad b BAajj 3j Bpjnja
-uoa Bounu A asopuaia^q bso^ ouioa Bn^uaj bj ap oidaauo^ ajs^
•BjsiuBiunq ojoop jb ajuajj U9ZBJ bj opsp Bq aj
ojo ap ojis un ap ojuaiimuaApB aoijajsod ja 'ojsa na souaiu oj jod
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osnduio^ Bfijqa^j ig •O3O^VIQ ja us bjojib Bjambis in jB9pi ajsa ojaj
•upiauajap A Bzafij ap souaiu oj jod 'oujojaj ^p jBapi un ^A ou is
'BiJBinS oj 'sisoJoau ouioa oiqiuBa opoj BJB^ajdjaiui is 'oijbjjuos oj
aQ -ouBjjajsBa jap BqojBui bj sapjB^ 3A ^nb oppuas jbj ua sa j^ -u^w
-aajjad A osuaasB jauodns apand aeiquiB^ 'uoi3B^aj^sip A uppisod
-rao^sap ap uauua^ un jsuoianjoAa opo; ua BiaA snb 'BjsijBjnjBu uoi^-daauoa bj ap ouiosb un oooiyiQ ja na aBjjuoaua japuajait^ osoioad
-sa 'sand 'Bjjag 'sejíb Biasq BjjanA Bun ua Bsuaid trjnamoui un^uiu
ua '93UBUIOI jap uoianjoAa A u^i^euijoj bj^ asjijajaj jb timodrujoo
ojqBaoA ja B3jdma p^piun^jodo Bun 9p sbui ua opu^na una j^
' tZ) Muas8BJBjoap soj anb soSaij^ o soup
-bj sojqBaoA BABjjBq saj^^^E soj BJBd sojjanbB aiuauíBjos ouis
�los niños "pasen a la del Latín más advertidos"; y, como Villalón,
clasifica las partes de la oración ajustándose a un criterio especial
mente formal. En cuanto a ciertas innovaciones que ensaya, no pasan
de ser, en muchos casos, más que artificios ingeniosos. Aunque re
suma modernidad, por ejemplo, la idea que toma de Bernardo de
Aldrete sobre las diferencias que en una misma lengua imponen la
condición social, la profesión, la edad, el sexo, etc. (9).
Influencia del racionalismo francés. La Academia
A partir de la segunda mitad del siglo XVII empiezan a intro
ducirse en la gramática española influencias extrañas. En Francia,
circunstancias especiales determinaron una proliferación de los es
tudios gramaticales; los franceses se transforman en "les grammairiens
de L'Europe". La textura mental de la época orienta la gramática
hacia el racionalismo más estricto. Aristarco y los estoicos son los ins
piradores. Se proclama que las reglas del pensamiento y las reglas
gramaticales son una misma cosa. Entre categorías lógicas y categorías
lingüísticas debe existir un perfecto ajuste. Cuando no existe se le
inventa: se extiende desmesuradamente el concepto de figura, y, en
particular, el de elipsis. Se sostiene, asimismo, que el sustantivo co
rresponde al concepto de sustancia, el adjetivo al de cualidad, el verbo
al de acción, etc. Siempre, pues, perfecta correspondencia. Y, claro
está, surge naturalísimamente la idea de una Gramática General que
encierre los preceptos aplicables a todas las lenguas.
La Grammaire Genérale et Raisonnée (1660), atribuida a los
monjes de Port Royal Arnauld y Lancelot, es el más fiel exponente
de tales ideas.
La concepción logicista del lenguaje es acogida por los textos es
pañoles, y a menudo falseada con excesivas simplificaciones. Se toma
del modelo francés y no por filiación directa, aunque ya había tenido
en España un antecedente ilustre en Francisco Sánchez de las Brozas
(Minerva, Seu de Causis Lingu^e Latin^e, Salamanca 1587). En pro
miscuidad con un criterio tradicional y etimologista se incorpora a la
Gramática de la Lengua Castellana (1771), compuesta por la Real
Academia. Si nuestros primeros gramáticos, impulsados sobre todo por
la rutina, siguieron de cerca los pasos de los latinos, ahora tal po
sición se sostiene dogmáticamente en nombre de los nuevos principios.
Ya no se vacila para hablar de declinación, ni se duda de que existan
en español seis casos como en latín. Resulta particularmente signifi
cativo el siguiente añadido que, en el prólogo de su cuarta edición
(1796), introduce la Academia: "se ha puesto en esta edición la de
clinación de ellos (artículo, nombre y pronombre), incluyendo en su
definición y en la de los casos las explicaciones necesarias para fun
darlas en razón, para que se entienda con facilidad, y aun para res
ponder a las críticas de los que pretenden que nuestros artículos,
nombres y pronombres no admiten declinación, porque no varían de
terminaciones en cada uno de sus números, sino solamente del sin
gular al plural". Es digno de observar cuánto más científico era el
criterio de Nebrija, a quien se alude aquí indirectamente. • •
También el logicismo lleva a esta otra conclusión: el dominio
práctico de la lengua materna se obtiene por el conocimiento de la
gramática. Desde Nebrija esta finalidad apenas si había obrado en el
ánimo de nuestros autores; según vimos, ellos buscaron, sobre todo,
ya abrir una puerta a los estudios latinos, ya facilitar a los extran
jeros el conocimiento de nuestra lengua. Ni los más acérrimos defen
sores de la gramática habían pensado muy seriamente que su estudio
fuese imprescindible para dominar el idioma patrio; sostenían su
utilidad en vista de otras finalidades. Ahora sí, en el siglo XVIII, el
extravío racionalista concluye por afirmar que no se puede hablar
bien el idioma si no se conoce su gramática. ¡ Ni su fetichismo clasicista les permitió pensar que quizás Cervantes no la conocía mucho!
¡Fetichismo clasicista!, otro asunto que, en España particular
mente, va a incidir en la concepción de la lengua. El hechizo de un
pasado siglo de oro conduce a creer que el idioma llegó a la cumbre
de su perfección y que todo cambio que devenga será en detrimento
del mismo. Ya no se permite crear: hay que fijar imitando. En esto
centra su empeño el purismo académico de la época. A pesar del amor
por los clásicos, se olvida que ellos siempre concibieron la lengua como
un perpetuo devenir.
Interpretación logicista de los fenómenos del lenguaje, y, de re
bote, latinización de la gramática y sueño de una gramática general;
concepto quietista del idioma y actitud purista; tales son, en síntesis,
las ideas que informan el pensamiento lingüístico a mediados del
siglo XIX.
ANDRÉS BELLO
En 1847 el insigne venezolano D. Andrés Bello publica en Chile
la Gramática de la Lengua Castellana destinada al uso de los
americanos. Es el fruto sazonado de una proficua labor docente y la
culminación certera de una prédica realizada por años. Desde 1829,
fecha de su llegada a Chile, Bello sintió irresistiblemente la necesidad
de reparar el abandono en que yacía el idioma patrio y de rectificar
rumbos en materia de su enseñanza. A dichos designios responden las
"Advertencias sobre el uso de la. lengua castellana, dirigidas a los
padres de familia, profesores de los colegios y maestros de las es
cuelas", que publicó en el periódico El Araucano en 1833 y 1834 (2).
Y consecuencia de esta prédica fue que se separaran, en 1835, las
(1)Sobre la vida y obra de Bello pueden consultarse: Micuei Luis Amunátecui,
"Vida de D. Andrés Bello", Santiago de Chile, 1882; Gebmán Arciniecas, "El pensamiento
vivo de Andrés Bello", Buenos Aires, 1946.
(2)"El Araucano", 13 y 20 de diciembre de 1833, y 3 y 17 de febrero y 28 de
marzo de 1834.
(9) Véase Amado Alonso, ob. cit., pág. 103 y sigs.
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o^uainij^ap ua Bjas B^uoAap anb oiquiea opo^ anb A uopaajiad ns ap
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¡oqantn bidouoo b^ ou sa^uBAjaQ SBzmb anb assuad ^piuuad sa^ Bjsp
-T8Bp otnsi^o^aj ns i^¡ •BoijBraBjS ns aoouoa as ou is Btuotpt p uaiq
jBfqs^ apand as ou anb jbuuijb Jod a^npuoo bi8I|buoidbj otabj)X3
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ns UBjuaisos íoij^Bd Btnoipi p jBuimop BjBd a^qipur^sajdmi asanj
oipmsa ns anb a^uauíBtias Atún opsauad UBtqBq BaijBUiBjá bj ap saios
-uapp soniuaaaB sbui so\ t^t "Bn^uaj Bajs^nu ap oiuaimpouoa p ^ojaf
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ns ua opuaÁnpui ' (ajquiouoad A ajqmou 'opnaijjB) sojp ap uopsuip
-ap ^\ u^pipa Bisa ua ojsand bi^ as,, ^Bimap^by v\ aonpojjni '(96¿l)
uoiaipa Bjjsno ns ap o^ofojd p ua 'anb opipBUB ajuainSis p oai^bd
-ijiuSis ajuarajBpnaijjBd Bjjnsajj -niiB^ ua ouioa sossa sps ^ouBdsa ua
uBjsixa anb ap Bpnp as tu 'uop^uipap ap JBjq^q BJBd bjidba as ou bj^
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�clases de latín y de gramática castellana, que habían estado unidas
en la enseñanza oficial chilena, y que todavía lo- estarían por años
en España y en casi todos los países hispanohablantes.
Igual que Nebrija, Bello no circunscribe su actividad al estudio
y cultivo de la lengua. "Bello tiene que ordenar el mundo tumultuoso,
contradictorio, dilatado de América, para interpretarlo. Hubiera po
dido pasarse la vida indagando los orígenes del Poema del Cid, o des
menuzando viejas canciones francesas, porque eran investigaciones en
que se complacía su genio de erudito. Pero tuvo que trajinar en Fi
losofía, escribir su tratado de Derecho Internacional, redactar el Có
digo Civil, introducir el estudio de las Ciencias en Chile, representar
a Colombia en Londres, acudir al Senado, crear la Universidad, por
que a todos esos frentes tenía que atender un hombre de su tiempo"
(3). Y, claro está, tal diversidad de actividades, con la ejercitación
mental que supone y las vistas intelectuales que aporta, va a reper
cutir benéficamente en su obra de lingüista.
Propósitos de su obra. ¿Un error en la base?
Declara Bello, en el Prólogo de la Gramática, que el principal
motivo que lo ha inducido a escribirla es el temor de una posible
escisión idiomática (4). Dos ideas se encierran ahí: una, expresa: la
creencia de que si no se ataja a tiempo el sesgo transformista que va
tomando el español de América, se gestarán una serie de idiomas fu
turos; otra, implícita: la esperanza de poder detener el mal por medio
de la gramática. Analícem^las.
La posibilidad de una escisión idiomática ha sido fuente de pre
ocupación para muchos autores. Los temores de perder el bien que
representa la lengua común se justifican en la época de Bello, cuando
las conmociones de las incipientes repúblicas, los resquemores de pa
sadas luchas y el alud migratorio ensombrecían el horizonte; cuando
en la ofuscación de un instante declaraba Sarmiento que el español
se había tornado "un dialecto inmanejable para la expresión de las
ideas"; cuando, en fin, se consideraba a las lenguas como organismos
naturales de evolución incoercible. Hoy el idealismo nos ha traído la
reconfortante idea de que la lingüística no es ciencia natural, sino
ciencia de la cultura, y que la evolución del idioma no es ajena a
nuestra voluntad y a nuestros afanes. Creo que la suposición présaga
de Bello ya no inquiete seriamente a nadie; ni siquiera en el Río
de la Plata, donde tanto ha dado que hablar. La aduladora voz de
Abeille ha sido apagada por la de Rodó: "Si aspiramos a mantener
en el mundo una personalidad colectiva, una manera de ser que nos
determine y diferencie, necesitamos quedar fieles a la tradición en
la medida en que ello no se oponga a la libre y resuelta desenvoltura
(3)C. Arciniecas, ob. cit., pág. 23.
(4)PágB. VI y VII, en la edición de Andrés Blot, anotada por Rufino José Cuervo;
París, 1928.
— 102 —
de nuestra marcha hacia adelante... La persistencia invencible del
idioma importa y asegura la del genio de la raza, la del alma de la
civilización heredada, porque no son las lenguas humanas ánforas
vacías donde pueda volcarse indistintamente cualquier substancia es
piritual, sino formas orgánicas del espíritu que las anima y que se
manifiesta por ellas". No se niega, pues, que cada país pueda tener
sus modalidades propias, que el mismo Bello considera muy legí
timas. Y que quizá existe en América cierta especialísima intimidad
humana que trasciende a veces en resquicios morfológicos, semán
ticos y estilísticos. Pero la lengua común está lejos de constituir un
estorbo para tales singularidades: ella posee abundantes medios para
que se traduzcan sin resquebrajar su unidad fundamental (5).
En cuanto a la esperanza de Bello de poder evitar la disgre
gación divulgando el estudio de la gramática, se asienta en el concepto
de la época. Según vimos, el racionalismo había concluido por afirmar
la necesidad del conocimiento gramatical para hablar bien el idioma.
Bello coincide en esto con su tiempo. Ya en las citadas Advertencias
publicadas en El Araucano censuraba a las "personas que miran
como un trabajo inútil el que se emplea en adquirir el conocimiento
de la gramática castellana, cuyas reglas, según ellos dicen, se apren
den suficientemente con el uso diario". Y la definición que de dicha
disciplina da en su obra es cabal exponente de tal criterio: "La Gra
mática de una lengua es el arte de hablarla correctamente, esto es,
conforme al buen uso, que es el de la gente educada".
En el siglo XX se ha reaccionado, y no sin razón, contra ese con
cepto de la gramática. Y es precisamente en Chile, donde Bello había
impartido su enseñanza, en que se levanta una de las primeras voces
de protesta. Por 1912, en una conferencia dada en la Universidad del
citado país, Rodolfo Lenz expresa que "querer aprender una lengua
por el estudio de una gramática es como aprender a tocar el violín
leyendo tratados de música y métodos de violín, sin tomar el instru
mento, sin ejercitar los dedos" (6). Señala, asimismo, el absurdo que
supondría pensar que no se puede hablar correctamente una lengua
antes de que se escriba su gramática. De aquí, su afirmación decisiva:
"Toda la obra de Bello, por buena que sea, es debida a un profundo
error". Años más tarde, D. Américo Castro habla también de la ur
gencia de desterrar la idea de que el idioma se enseña estudiando
gramática. Conceptúa la precitada definición como una copia servil
(5) Sobre estos problemas pueden consultarse: Ramón Menéndez Pidal: La lengua
española, en "Hhpania", vol. 1. N. 1, 1918, y en "La lengua de Cristóbal Colón y otros
estudios, págs. 109-127, Buenos Aires, 1942; "La unidad del idioma", en Castilla, la tradi
ción, el idioma, págs. 171-218, Buenos Aires, 1945. (Magistral trabajo, como todos los suyos,
este úlimo tiene el particular interés de un enfoque decididamente espiritualista del asunto).
Amado Alonso: El problema de la lengua en América, Madrid, 1935; La Argentina y la
nivelación del idioma, Buenos Aires, 1943. Américo Castro: La peculiaridad lingüística
rioplatense, Buenos Aires, 1941. Avelino Herrero Mayor: Presente y futuro de la lengua
española en América, Buenos Aires, 1944. Arturo Capdevila: Babel y el castellano, Bue
nos Aires, 1940. También la polémica entre R. J.Cuervo y J. Valera, recogida en una
compilación de artículos del primero con el nombre de 1 castellano en América, Buenos
Aires,(6)
1947.¿Para qué estudiamos gramática?, Santiago de Chile, 16 de agosto de 1912.
— 103 —
�— 01 —
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opu^na íaiuozíjoq p UBjaajquiosua oiJo^Ejáun pnp p X ssqan¡ SBpBS
-Bd ap sajomanbsaj bo^ 'sBaijqndaj saiuaidiaut sbj ap sauoiaoniuoa sbj
opusna 'ojjag ap Baoda b¡ ua ueaijiisní as unuioo Bn^uaj b¡ eiuass^daj
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-od Bjaiqnj^ 'ojJBiaj[dja)ui BJBd 'Bauamy ap opeiejip 'oiJOiaipeJiuoa
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oipnisa p pBpiAiia^ ns aquasunajia ou ojjag 'Bfijqa^f anb pnSj
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�e inadecuada de la que de la gramática latina se daba en él Rena
cimiento (7).
Pero, como siempre, las reacciones suelen ser exageradas. Tras
los nombres de Lenz y Castro se ha ido demasiado lejos. No ha fal
tado quien afirme la completa inutilidad de los estudios gramaticales.
Por mi parte, pienso que la gramática debe ser elemento coadyuvante
en la enseñanza del idioma y tener un sitio al lado de la lectura ex
plicada y de otros ejercicios prácticos. Si por sí sola resulta insufi
ciente para aprender la lengua, sirve para el consejo y para el juicio.
Y el que sea correctivo y guía ya es motivo bastante para que se le
incluya en los programas de enseñanza. Además, como todo contacto
con una disciplina científica, es de indudable utilidad por los bene
ficios que proporciona de iniciación en un razonar y observar exactos.
Claro está que, para que ello sea así, tendrá que realizarse su ense
ñanza de manera viva.
Se equivocan, pues, los que, llevados por una justa pero exage
rada reacción contra una gramática anquilosada y arbitraria, con
denan sin distinción esta disciplina. 1 mismo D. Américo Castro,
con su panegírico a la Gramática de Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña, dice bien a las claras qué lugar le asigna en la en
señanza (8).
Para terminar con esto: Si en la base de la obra de Bello hay
un error parcial (error que consistió simplemente^en abultar el valor
de la gramática como medio de instrucción idiomática), no se puede
omitir, sin agravio a la verdad, que él fue el primero en reconocerlo.
El 6 de octubre de 1848, al año aproximado de publicar su libro,
escribía en El Araucano estas palabras, que revelan su espíritu alerta
y encierran la esencia de la nueva metodología: "El estado lastimoso
de corrupción en que va cayendo entre nosotros la lengua nativa,
no podrá remediarse sino por la lectura de las buenas obras caste
llanas. Multipliqúense cuanto se quiera las clases de gramática: ellas
darán, a lo sumo, un lenguaje gramaticalmente correcto; y en con
ciencia, debemos decir que no han producido ni aun ese resultado
hasta el día. Pero ¿darán la posesión del idioma? ¿Podrán suminis
trarnos el acopio necesario de palabras y frases expresivas, pinto
rescas, de que tanto abunda? Para adquirir este conocimiento, la lec
tura frecuente de los buenos escritores es indispensable" (9).
' •T ' . > •.
• ' :.:'
Criterio y método
sunto fiel del pensamiento; y esta misma exagerada suposición ha
extraviado a la gramática en dirección contraria" (Prólogo, pág. III).
Basta, pues, de falsear la lengua y trastornar el pensamiento en busca
de un ajuste inexistente. ¿Es que no obra en el hombre más que la
razón? "Es imposible que las creencias, los caprichos de la imagi
nación, y mil asociaciones casuales, no produjesen una grandísima
discrepancia en los medios de que se valen las lenguas para manifestar
lo que pasa en el alma" (pág. IV). Obsérvese que en este barruntar
la influencia de lo afectivo y fantasístico hay un atisbo sorprendente
de elementos que sólo aflorarán mucho más tarde merced a la es
tilística. Se resquebraja en su base la construcción racionalista: ya la
razón no campeará soberana por los dominios de la lingüística. A su
lado, la afectividad reclama el lugar que le corresponde.
También discierne Bello la diferencia entre la gramática general
y la gramática de un idioma dado. Cada lengua, dice, tiene su teoría
particular, su gramática. Los principios, los términos, las analogías
aplicables a una, no siempre se adaptan a otra. Hay que estar preve
nido, sobre todo, hacia las reminiscencias del idioma latino, que
tanto han descarriado a los autores precedentes: "Si como fue el latín
el tipo ideal de los gramáticos, las circunstancias hubiesen dado esta
preeminencia al griego, hubiéramos probablemente contado cinco
casos en nuestra declinación en lugar de seis, nuestros verbos hu
bieran tenido no sólo voz pasiva, sino voz media, y no habrían fal
tado aoristos y paulo-post-futuros en la conjugación castellana"
(págs. II y III).
¿Y cómo procederá el gramático? "Acepto las prácticas como la
lengua las presenta; sin imaginarias elipsis, sin otras explicaciones
que las que se reducen a ilustrar el uso por el uso" (pág. IV). He
aquí, hace un siglo, el principio orientador de toda la lingüística mo
derna. Con persistencia reiterada aparece en sus más ilustres cul
tores. Sólo citaré dos nombres: Ferdinand Brunot y Karl Vossler.
Dice el primero: "La premiére regle que les maitres doivent s'imposer, s'ils veulent imposer les autres aux enfants, c'est de respeter le
langage réel, la vérité du langage" (10). Vossler, por su parte, afir
ma: "Siempre que en la sintaxis se comprende como elipsis una
construcción y en consecuencia se la "completa", lo que se hace es
violentarla y deformarla en otra cosa distinta, en lugar de explicarla
tal como es" (11).
Creo que las transcripciones precedentes son por demás signifi
cativas y me eximen de encarecer las direcciones metodológicas que
Puede decirse que, en lo fundamental, la adhesión ^e Bello al
pensar coetáneo se restringe a lo ya visto. Frente a lo medular del
logicismo y sus secuelas adopta una señera postura de reconvención:
"Se ha errado no poco en filosofía suponiendo a la lengua un tra(7)Amébico Castro, La enseñanza del español en España, págs. 22 y 27; Madrid,
1922.
(8)Américo Castro, La peculiaridad lingüística rioplatense, pág. 20 y sigs.
(9)Transcrito por Miguel Luis Amunátegui, ob. cit., pág. 540; también, por Rodol
fo Lenz en la conferencia referenciada....
104 —
Bello imprimió a los estudios gramaticales.
Claro está que sería demasiado pedir a un autor del siglo XIX
que no se dejase arrastrar alguna vez por la inercia de la tradición.
Así, por ejemplo, en la página 192, Bello recurre a la teoría de la
(10)Ferdinand Brunot, La pensée et la lungue, deuxiéme édition, pág. 10; París,
1926.
(11)Karl Vossler, Filosofía del lenguaje, traducción de A. Alonso y R. Lida. pág.
192; Buenos Aires, 1943.
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�elipsis para explicar la falta del verbo copulativo: "La elipsis del
verbo es frecuentísima en las exclamaciones: "¡Qué insensatez confiar
nuestra seguridad a la protección de una potencia extranjera!", qué
insensatez era o es o sería, según lo que pida el contexto". La lingüís
tica moderna interpreta tales expresiones como oraciones nominales
sin cópula, y las reconoce como históricamente anteriores a las otras.
Pero poco importa un traspiés accidental ante el rumbo general
certero.
Hay que añadir, asimismo, que la exposición, siempre clara y sus
tanciosa, está iluminada por un excelente ejemplario. (Las meditadas
rectificaciones de Cuervo no estorban la validez aeneral de nuestro
calificativo.) Y en ese ejemplario tiene cabida, al lado de la lengua
clásica, la lengua culta de la época. No lo guía un "purismo supers
ticioso". Él sabe de la ininterrumpida marcha de la lengua y lejos
rabie. Muchos de sus puntos de vista han sido superados; otros, que
todavía hoy defendemos como nuestros, quizá lo sean en lo futuro;
pero su andar cauteloso será siempre saludable escuela de proceder
científico y de honestidad.
Algunos aspectos particulares de la doctrina
Sólo consideraré dos o tres que, por su importancia intrínseca
y por ser reveladores del criterio de nuestro autor, conceptúo funda
mentales.
Sea en primer término el concepto de partes de la oración. Ya
hemos tenido oportunidad de ver la disparidad de criterios que en
Pero sobre todas las excelencias de criterio y método apuntadas
se yergue una suprema: el rigor científico. Bello marcha afanoso en
busca de la exactitud, sin dejarse arrastrar por simplificaciones eli
minatorias ni falsas simetrías. Por eso su obra posee un valor perdu-
este punto existe entre los tratadistas de todos los tiempos. La razón
de tales divergencias reside, fundamentalmente, en lo distintos puntos
de vista que se toman como partida. Unos se basan en la forma
y sólo reconocen tres clases de palabras: nombre, verbo y partícula;
como se recordará, es el criterio de Villalón y Correas. Otros se
fundan en la significación; es la postura logicista, que crea las co
rrespondencias sustantivo-sustancia, adjetivo-cualidad, verbo-acción,
etc. Y hay, en fin, quienes se basan en la función.
Ninguno de los tres puntos de vista, sin embargo, resulta sufi
ciente por sí solo para dar una idea cabal de las distintas partes del
discurso. El criterio formal impide reconocer diferencias entre sustan
tivo y adjetivo, y entre elementos tan diversos como adverbios, prepo
siciones, conjunciones. La clasificación por el significado no se ajusta
a la realidad: existen sustantivos que denotan cualidad y acción (ne
grura, carrera), verbos que expresan estado, cualidad, etc. (dormir,
rojear...) ; y la enumeración de discrepancias podría aún continuarse.
También adolece de fallas la clasificación por el oficio; así, por
ejemplo, la función atributiva, propia del adjetivo, no es extraña al
sustantivo, según se descubre en las aposiciones; igualmente, ambas
categorías de palabras pueden oficiar de predicado nominal.
¿Dónde se halla el motivo de tales insuficiencias? Toda clasi
ficación unitaria reclama necesariamente la observancia de un punto
de vista lógico. Pero ya sabemos que, por mucho que se empeñen los
logicistas, lenguaje y lógica no marchan siempre de la mano. Y es
que la función primordial de aquél, como dice Bally, "no es la de
construir silogismos, ni la de redondear períodos"; su función es
expresar la vida, y la vida desborda a la razón por todas partes. De
aquí que les fenómenos del lenguaje se resistan a ser encasillados
en los moldes estrechos de las clasificaciones y que de continuo éstas
dejen un resquicio para la crítica.
Bello, del mismo modo que Nebrija, salvó las inconveniencias
de ajustarse a un solo criterio. Si su razón lo lleva a declarar expre
samente que sigue el de los oficios, su deseo de captar la auténtica
realidad del lenguaje le hace, en la práctica, traicionar su propósito.
En la definición que da del verbo, por ejemplo, mezcla el criterio
de la función con el de la forma: "es una clase de palabras que
— 106 —
— 107 —
de su ánimo está el pretender detenerla. Si se revuelve contra el neo
logismo extemporáneo y licencioso, no lo inquieta el que encaja en
el cauce del sistema que representa el idioma: "Una lengua es como
un cuerpo viviente: su vitalidad no consiste en la constante identidad
de elementos, sino en la regular uniformidad de las funciones que
éstos ejercen, y de que proceden la forma y la índole que distinguen
al todo" (pág. VIII). Sabe, también, que lo que fue correcto en los
clásicos puede hoy no serlo: siente hacia ellos respetuosa admiración,
pero no idolatría. Así, refiriéndose a cierto uso pleonástico de que,
muy frecuente en Cervantes y otros autores de su época, dice: "Nada
más común que este pleonasmo en nuestros clásicos; pero según el
uso moderno es una incorrección que debe evitarse" (pág. 262). Cada
época, por tanto, tiene su corrección, su gramática. Es el uso culto
contemporáneo el que da en definitiva la norma del bien decir. Y
se decide por el uso culto "porque es el más uniforme en las varias
provincias y pueblos que hablan una misma lengua"; el vulgar, en
cambio, varía mucho de una parte a otra y crea dificultades para la
comprensión en cuanto sale de su limitada esfera. El simple reco
nocimiento objetivo de tales diferencias supone ya apreciable con
quista: allá a los años, los investigadores de la estilística se aden
trarán hasta el espíritu mismo que las produce.
Agreguemos, también, que Bello rompe la rigidez de la sepa
ración que la gramática tradicional había establecido entre sus dis
tintas partes, especialmente entre morfología y sintaxis. Nacida y
justificada por razones metodológicas, la separación aludida, a fuerza
de pensarse como real, acabó por dar una visión mutilada de la
lengua. Bello, al tratar de ensamblar los distintos elementos consti
tutivos de esa síntesis armónica que es el lenguaje, superó la e^^apa
de la simple disección y abrió la puerta para insospechados descu
brimientos.
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soj ua oi^ajjoa anj anb oj anb 'uaiquiBi 'aqBg "(lUA '^?^) tlopo^ [b
uanáuijsip anb ajopui bj A biujoj bj uapaaojd anb ap A 'udojafa sojsa
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pBppuapi aniBjsuoa bj ua ajsisuoa ou pBpijsjiA ns :ajuaiAiA odjana un
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-sbj)o sbj b sajoijajuB ajuauíB^ijp^stq ouioo aaouoaaj sbj A 'Bjndoa uis
sajBuiuiou sauopBJO oiuoa sauoisajdxa sajBi Bjajdjajuí BUJapoui cap
-sináuij B^ 'uo)xa)uoa ja Bpid anb oj un^as 'viuas o sa o ma zajnsuasui
anb '^¡BjafuBjjxa Bpuajod eun ap uopaajojd bj b pepun^as Bj^sanu
jB^uoa zajBSuasui an^)!,, : sauopBUiBpxa sbj ua BunspuanaaJí sa oqjaA
jap sisdija B^j^, :oApejndoa oqjaA jap bjjbj bj jB^ijdxa BJBd sisdija
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SBpsjipaiu SB^). "oiJBjduiafa a^uajaaxa un jod BpBuimrqi Bjsa 'Bsopusj
-sns A BJBja ajdmais 'uppisodxa bj anb 'ouisjuiisb 'jipBUB anb Xb^j
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Boasujjjuí BiauBjjodiui ns jod 'anb saj^ o sop ajBjapisuoa ojog,
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sofaj A Btiijua] bj ap eqajBui Bjjjdumjjajuiui bj ap aqss j^ '^osopi^
-sjadns ouisund,, un BinS oj o^^ -eaoda bj ap Bjjna BnSuaj bj 'b^isejo
BnSuaj bj ap opBj jb 'spiqBa auap oijBjduiafa asa ua j^ (•oAijBaijijBa
bj^ -uppBJO bj ap saijsd ap ojda^uoa p ouiiuaa; jamud ua ^ag
�significan el atributo dé la proposición, indicando juntamente la
persona y número del sujeto, el tiempo y el modo del atributo"
(pág. 126). Posteriormente se le ha censurado a Bello que se apar
tase de su punto de vista inicial. Gracias a ello, sin embargo, Cuervo
pudo decir con estricta justicia en una de sus notas: "nuestro autor,
aliando la clasificación de los oficios con la de las formas (aunque
sin mencionar aquí este elemento) ha establecido una clasificación
que abarca la mayoría de los casos, y, lo que vale más, ha dado idea
clara de la estructura psicológica y gramatical de la oración y pro
porcionado instrumento precioso para analizar y discriminar los
diversos oficios que puede desempeñar un mismo término". Pienso
que tales beneficios son preferibles a una clasificación lógicamente
perfecta pero que escamotee la realidad de la lengua. Además, si la
naturaleza de los vocablos que componen el idioma es a veces clara
y peifeetamente discernible, otras resulta imprecisa y amorfa. Pene
trar en esas zonas de fluctuación y ponerlas a descubierto, resistiendo
las tentaciones de una fácil simplificación, fue otro mérito, y por
cierto fundamental, del talento científico de Bello: "Sucede a veces
que una palabra ha perdido en parte su primitiva naturaleza, y pre
senta ya imperfectamente, y como en embrión, los caracteres de otra,
habiendo quedado, por decirlo así, en un estado de transición''
(pág 316).
Un aspecto interesante de la doctrina de Bello, que enraiza en
el anterior, es asimismo el concepto de pronombre. Atendiendo al ofi
cio, observa con acierto que el pronombre funciona ya como sustan
tivo, ya como adjetivo; de aquí concluye que "será una especie
particular de sustantivo o adjetivo, no una parte de la oración dis
tinta de ellos" (pág. 345). La interpretación de Bello, que supone un
apartamiento del criterio entonces imperante, es aceptada hoy casi
unánimemente por los estudiosos del lenguaje. Entre los que se han
ocupado de nuestro idioma y la acogen, aunque ampliándola y per
feccionándola, merecen citarse Rodolfo Lenz (La Oración y. sus
Partes) y Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña (Gramática
Castellana, 1. y 2. cursos).
También la gramática moderna sigue a Bello en la noción de
género. Al tratar de Nebrija ya vimos cómo éste se ceñía, si no en
la definición, por lo menos en su desarrollo, a un criterio formal
para distinguir el género de los nombres. Dijimos, asimismo, que
dicho criterio fue abandonado posteriormente, sobre todo durante el
romanticismo en que cobró auge la interpretación antropomórfica.
Pues bien: Bello desecha la posición de sus coetáneos ^e inmediatos
antecesores y vuelve en lo sustancial, aunque con otras precisiones, a
la de nuestro primer preceptista, que es la adoptada hoy por^ casi
todos. Ya 15 años antes de publicar su Gramática, en El Araucano,
realiza la crítica de la interpretación académica y expone los funda
mentos de la suya, en una página digna de reproducir:
"Género masculino —dice la Academia— es el que comprende
a todo varón y animal macho, y otras que, no lo siendo, se reducen
a este género por sus terminaciones, como hombre, libro, papel. Ésta
es una definición de aquellas que no pueden dar a conocer la cosa
definida, porque no ofrece al espíritu ninguna señal fija y precisa
con que podamos distinguirla de las otras. Primeramente el género
en la gramática no comprende las cosas significadas por los nombres,
sino los nombres mismos: masculino y femenino no significan clases
de objetos, sino clases de nombres. Pero ¿de qué manera podremos
reconocer los nombres masculinos mediante esta definición? ¿Por su
significado? No; la definición misma da a entender que una parte
de los nombres masculinos significa objetos que no son ni varones
ni machos. ¿Por la terminación? Menos: ni se dice qué terminaciones
sean las masculinas, ni hay alguna que constantemente lo sea. Agré
gase a esto que hay multitud de nombres que por la terminación
debían ser femeninos, verbigracia, sistema, planeta, cisma, y que sin
embargo pertenecen al género masculino. Es difícil excogitar una
definición más embrollada, más oscura, más inútil. Y desgraciada
mente hay muchas semejantes a ésta en la gramática castellana.
"Sin embargo, nada es más fácil que dar a los niños una idea
cabal de lo que son los géneros en nuestra lengua. Hágaseles notar
primeramente que en castellano hay muchos adjetivos que tienen dos
terminaciones, verbigracia, blanco, blanca; bueno, buena. Hágaseles
notar en seguida que de los nombres sustantivos los unos se juntan
constantemente con la primera terminación, los otros con la segunda,
y unos pocos indiferentemente con ésta o aquélla. Si después de esto
se les dice que se llaman sustantivos masculinos todo aquellos que
se juntan constantemente con la primera terminación, femeninos los
que se juntan con la segunda, y ambiguos los que se juntan indife
rentemente con la una o la otra, nos atrevemos a asegurar que no
tendrán ninguna dificultad en entenderlo. Ésta es en efecto la regla
fundamental que todos seguimos para distinguir los géneros. ¿Por qué
decimos que los sustantivos acabados en o son masculinos? Porque
vemos que se construyen con la primera terminación de los adjetivos.
¿Por qué exceptuamos de esta regla a mano y nao? Porque vemos
que se construyen con la segunda. Ésta es, pues, la regla fundamental
de que derivan todas las reglas particulares y sus excepciones. No hay
ni puede darse otra.
"Los géneros no son más que clases en que se han distribuido
los sustantivos según la diferente terminación de los adjetivos con
que se construyen. Sin duda la diferencia de sexos fue lo que origi
nalmente dio motivo a la diferencia de géneros. Pero una gramática
no debe representar lo que" fue, sino lo que es actualmente..."
Rectificaciones que se imponen
Cuervo, en las Notas, y Lenz, en La Oración t sus partes,
además de otros como Marco Fidel Suárez (Estudios Gramaticales),
ya han señalado varios puntos en que la doctrina de Bello es equi
vocada o insuficiente.
El reservar el nombre de conjunción para los vocablos que co-
— 108 —
— 109 —
�— 601 —
— 801 —
-O3 anb sojqeaoA soj saed upiounfuoo ap ajqmou ja
•aiuapijnsut o p
-mba sa ojjag sp Btnjiaop bj anb na soiund souba opBjeuas u^q bX
'(saiV^ixviMVHf) soianxsg) zajBng japi^ ajep^[ omoa soj^o ^p SBiuapB
'saxavd sns i moiovho v^ ua 'zua^ ^ 'svxo^[ sbj na 'oAjan^
umiodun as anfi
• ajuarajBnjaB sa anb oj ouis 'anj. anb oj jBiuasajdaJ aqap ou
BouBtnBjS Bun oja^ "sojauaS ap spuajajip bj b oaiioui oip ^jaarapn
-iSijo anb oj anj soxas ap Bpuajajip bj Bpnp nig -uaA'nJ^suod as anb
uoa soAiiafpB soj ap uoioBuiiujaj a^uajsjip bj imSas soAijuBjsns so[
opjnqij^sip ubu; as anb ua sasBja anb sbui nos ou eojauaS so^,,
•bjio asjsp apand tu
Ávi\ o^j 'sauopdaaxs sns A ssjBjnapjBd sbjS^j sbj SBpoj uBAuap anb ap
jBiuauíBpunj bjSbj bj 'sand 'sa b}8^ -Bpun^as bj uoa uaXnjjsuoa as anb
souiaA anbjoj ¿orm A ouvui b B[áaJ B^s^ ap sooiBn^daoxa anb Joj?
•soAijafpB so[ ap uopBuiuija) Biamud B[ uoa ua^nJisuoa as anb somaA
anbaoj ¿onijnosBin uos o na sopeqBOB soAt^oB^sns so^ anb sompap
anb ao^? -so^ana8 ^o\ jinSunsip BJBd sominSas sopo; anb píjuauíBpunj
BjSaj b[ O109J9 ua sa uis^[ -o^apuaiu^ ua pBj^naijip eun^uiu uejpua^
ou anb jeanáasB b somaAaJie sou ^bjio b^ o Bun B[ uoa ajuauíajuaj
-ajipui UBjunf as anb %o\ sonSiqtns Á 'Bpun^as e[ uoa uB^unC as anb
so[ souiuamaj 'upiaBuinua) Bjamud b[ uoa a^uauíajuBisuo^ u^iunf as
anb so[[anbB opoj soui[nosBui soAnuBjsns ubuib^ as anb aatp saj as
oisa ap sandsap ig 'B^anbB o Bjsa uoa a^uainaiuajajipui soaod soun A
'Bpun^as b[ uoa soj)O so[ 'u^iaBuiiniaj Bjamiad b^ uoa aiuouiajuBjsuoa
UBiunf as soun so\ soAiiusisns sajquiou so[ ap anb BpinSas ua jbjou
sapse^Bjj •vuanq 'otianq ivouojq 'oauw¡q 'BiaBjSiqjaA 'sauopBuiuuai
sop nauai^ anb soAuafpB soqonuí Áv\^ oue[piSBa ua anb ajuaaiBJaunjd
jbjou sajasBáejj -en^ua[ Bjjsanu ua sojaua^ soj uos anb o\ ap ]BqBo
sapi Bun souiu so^ b jep anb IpBj sbui sa spsu 'o^jBqxna uig,,
•BUBj^ajeBO boijbuibj^Í b^ ua B^sa b saiusfamas SBq^nin Aeq ajuam
-BpBiaBjSsap j^ 'IílnHi SBUi 'Banaso sbui 'BpB^pDaquia sbui uoiaiuipp
Bun jBjtSoaxa nÍJÍP 83 'oui^nosBUi oaauaS \b uaoauauad oéJBquia
uis anb A 'otusp 'jau/<í 'vtuajsts 'eioB-^^iqjaA 'souiuaiuaj jas UBiqap
uotoBuiuua} b¡ jod anb sajqmou ap pniujniu ^eq anb oisa b ae^^
-ajáy -Bas o^ amaiuajuBjsuoD anb BunájB ^^q m '8Bui^naBiu sv\ usas
sauoiaBuiuuaj anb aoip as iu :souaj^[ ¿u^ioBuinuai v\ jo^? -sonaBni tu
sauojBA tu uos ou anb so;afqo Boijiu^is eouijnasBín saaquiou so|^ ap
a^jed Bun anb iapua^ua b ep buisiui uoiaiuijap bj íoj^j ¿opsai^iu^is
ns jo^? ¿uoiaxuijap Bisa a;uBipaui soui[nasBui sajqmou soj jaaouoaaj
soraaapod BjauBui anb ap? oaa^ •sajquiou ap sasBia ouis 'sojaCqo ap
sasep UBaijiuSis ou ouiuauiaj A oui[nasBui :sotniui sajqmou so[ ouis
'sajquiou so[ jod SBpBaijiuáis SBSoa sb[ apuajdmoa ou BaijBuiBjiá b{ ua
ojaua^ [a aiuauíBjaiuij^ *sbj)o sv\ ap B^jm^ui^sip souiBpod anb uoa
BSioaad A bTij {Búas uunáuiu njijjdsa [b aaajjo ou anbjod 'Bpiuijap
Bsoa b^ jaaouoa e JBp uapand ou anb 8B{[anbB ap uopiuijap Bun sa
b^s^ -jadvd 'ojqij 'ajqwoi¡ omoa 'sauoioBunujai sns jod oiauaá ajsa b
naanpaj as 'opuais o^ ou 'anb sbjjo A 'oqaBiu ^biuiub A uojba opo) b
apuajdmoa anb ^a sa —BituapBoy b[ aoip— ouijnasBni ojaua^,,
:ji^npojdaj ap BuSip BuiSed sun ua 'BXns ^\ ap so;uatu
•Bpunj so^ auodxa A BaiuiapBaB u^ioBjajdjaiut b^ ap Bai^ua bj bzijb3j
'ONV^VHy ig ua 'voixywvs^) ns jBaijqnd ap saju^ soub ^j b^ -sopoj
iSBa jod Áoq BpBjdopB bj sa anb 'Bisiidaaajd aaiuud OJjsanu ap bj
b 'sauoispajd sbjío uoa anbuns 'jBiauBjsns oj us aAjanA A sajosaaaius
sojBipaiuui a soauBiaoa sns ap uopisod bj Bq^asap ojjag :uaiq sanj
•BOijJomodoJiUB uppB^ajdja^uí bj a^nB ojqoa anb ua ouisioijubiiioj
ja ajuBjnp opo^ ajqos 'ajuaiujoiaa^sod opBuopuBqs anj oijaiua oqaip
anb 'ouibiuiisb 'soiuifiQ -sajqiuou soj sp oaauaá ja jin^uijsip Bjed
JBUIJOJ OTJ31TJ3 Un B 'OJJOJJBSap T18 U3 SOU3UI Oj Jod 'UOpiUIjap BJ
U3 OU 18 'BJU33 38 3^83 OUIOD SO HIT A IB A BÍlJqa^ 3p JBJBJ} Jy -OJ3U3S
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-8ip U9T3BJO BJ ap 3}JBd BUn OU 'OAljafpB O OAlJUBJSnS ap JBjnOT^Bd
apadsa Bun BJas,, anb a^njouoa jnbB ap íoApafpB omoa vA 'oati
-uBisns omoa vA suoiaunj ajqmouojd ja anb o^jap^ uoa BAJasqo 'oía
-ijo jb opuaipusjy -3jqraouojd ap ojda^uoa ja omsiuiisB sa 'jooaiUB ja
ua BzíBjna anb 'ojjag 3p BUtjj^op bj ap ajuBsajajuí ojaadss n[\
•(918 8?d)
. noiaisuBj^ ap opBjsa un ua 'isb ojjpap jod 'op^panb opuaiqeij
'bjio ap sajajaBJBa soj 'upijqraa ua omoa A 'ajuainBjasjJsdiui vA bjuos
-3jd A 'BzajBJn^BU BAijiiuiad ns ajJBd ua opipjad btj Bjqsjsd Eira anb
saasA b apaang^^ :oJJ39 9P oaijjiusp ojuajBi jap '[BjnauíBpunj ojjap
.Tod A 'oji.i3ui ojjo an| 'uppBaijijdmis JjafJ Bun ap sauopBjuaj sb[
opuaijsisaj 'oiJsiqnasap b SBjjauod X uopBnjanjj ap sbuoz sBsa ua jbji
-auaj -BjJoraB A Bspajdrai Bijnsaj sbjjo 'ajqiujaasip ajuaiuB^japad A
BJBJ3 ssaaA b sa Bnioipi ja uauodinoo anb sojqBaoA soj ap BzapjnjBu
j is 'ssmapy 'BnSuaj bj ap p^pijBaj bj aaioniBasa anb ojad Bjaojjad
í^uaraB3i9j uopBaijiSBja Bun b sajqrjajajd uos soioijauaq sajej anb
osuai^j •touimj3j omsim un JBuadmasap apand anb soioijo eosjaAip
soj jBuimijasip A jbzijbub BJBd osopajd ojuaiunjjsui opsuopjod
-ojd A uopsjo bj ap jboijbuibj^ A BoiSojoajsd Bjnjanjjsa bj ap bjbjd
Bapi op^p Bq 'sbui sjba anb oj lA 'eosB3 soj ap bijoÁbui bj B^JBqB anb
uopBaijiSBja Bun oppajqB^sa Bq fojuaniaya a^sa inbs jeuopuam uis
anbunB) sbui joj sbj ap bj uoa sopijo soj ap uoia^aijisEp bj opuBijB
'ojjsanu,, :seiou sns ap Bun u^ Bprjsnf B^aiJisa uoa jpap opnd
'oSjeqms uie 'ojja b sbpbj^) -jBpiui bjsia ap o^und ns ap assj
as anb ojjag b ópsjnsuaa Bq 3j as aiuauuoijajsoj '(9^1 '^^d)
ttojnqiJiB jap opoin ja A odmap ja 'oiafns jap ojamnu A Buosjad
bj ajuauíBjunf opuBaipui 'u^pisodojd bj ap ojnqtjjB ja
�ordinan, incluyendo las llamadas comúnmente subordinantes entre los
adverbios relativos, crea ulteriores dificultades para discernir la di
ferente naturaleza de las oraciones subordinadas. El argumento con
que Bello censura la denominación conjunción subordinante no es con
vincente (ver nota de la pág. 325). El considerar en oraciones del
tipo: "Que la tierra se mueve al rededor del sol es cosa averiguada",
al que anunciativo como sustantivo y sujeto de la proposición subor
dinante ("es cosa averiguada"^ resulta a todas luces falso (ver
pág. 86). Llamar subordinadas a las proposiciones de relativo espe
cificativas, e incidentes a las explicativas, supone establecer una cla
sificación arbitraria, ya que las dos son dependientes y de igual na
turaleza (pág. 284). El nombre de atributo para designar el predicado
no es satisfactorio: es preferible reservarlo para el adjetivo que oficia
como complemento del sustantivo, de manera que se distinga bien la
función predicativa de la atributiva. Dice Bello: "La proposición
puede carecer de sujeto; de atributo nunca" (pág. 192). Pero si el
predicado (atributo, según él) es lo que se dice del sujeto, ¿cómo
puede existir uno sin el otro? Frente a oraciones como "Llueve a
cántaros", la gramática moderna ha obviado el absurdo de la expli
cación precedente interpretándolas como unimembres, esto es, que no
se pueden descomponer en sujeto y predicado.
La enumeración de errores o insuficiencias podría continuarse.
Recuérdense las definiciones de la sílaba, del acento, de los modos,
la clasificación de las vocales... Pero^ ¿qué mucho puede extra
ñarnos? Cuando uno piensa en los progresos que ha hecho la ciencia
del lenguaje en este último siglo, en los insospechados aportes de la
gramática histórica, de la fonética, de la estilística, si algo extraña
es que quede tanto en pie de la obra de Bello. Y el hecho de que se
le sigan acotando rectificaciones y enmiendas, en vez de sumirla en
el olvido, ¿no habla a las claras de ciertas calidades insuperables?
Por otra parte, en más de una oportunidad, Bello advirtió las im
perfecciones de su obra y dejó estampadas sus dudas. Y fue en oca
siones por no romper demasiado abiertamente con la tradición por
lo cual acogió algún inveterado error: "Deseoso de no desviarme de
la nomenclatura admitida sino en cuanto fuese indispensable, he con
servado las palabras acusativo y dativo...; pero tal vez sería lo mejor
desterrarlas de nuestra gramática" (pág. 349).
Influencia y beneficios de su GRAMÁTICA
D. Andrés Bello llegó a publicar hasta cinco ediciones de ^u
Gramática. Guiado por el afán de exactitud y perfeccionamiento in
trodujo en cada una de ellas, especialmente en la cuarta, importantes
cambios: añadió, quitó, enmendó, según las sugerencias de sucesivas
lecturas y meditaciones. Hizo también, en 1851, un extracto para el
uso de las escuelas, que alcanzó por igual reiteradas impresiones.
Las resonancias fueron inmediatas. Ya en 1849, otro destacado
profesor venezolano, Juan Vicente González, al reeditar por cuarta
— 110 -^
vez su Compendio de Gramática Castellana, da amplia cabida a la
teoría de Bello: "preparaba, al dar a luz una nueva, cambiamientos
sustanciales en toda la obra, cuando la aparición de la Gramática del
señor Andrés Bello, célebre humanista venezolano, vino a darme los
medios de hacer este Compendio más exacto y más digno de la ju
ventud a que está consagrado" (Prólogo). Inspirándose en nuestro
autor, también la Real Academia introduce algunos cambios, aunque
muy tímidos, en la novena edición de su Gramática (1854). Y por
toda América surgen adaptaciones de índole didáctica; así, en Ve
nezuela, además de la ya citada, aparece en 1889 una de Jorge Gon
zález Rodil; en Chile, las de José Olegario Reyes (1854) y Rodolfo
Egaña (1884); en Colombia, las de Arnaldo Márquez (1865), César
C. Guzmán (1869), Fr. R. Yori (1873)... En 1870, Rufino José
Cuervo enriquece la Gramática de Bello con sus penetrantes y eruditas
acotaciones. A los años, Federico Hanssen la recomienda muy espe
cialmente en su Gramática Histórica de jla Lengua Castellana.
Rodolfo Lenz la toma como base en sus cursos y declara que es "el
compendio más completo y más concienzudo que existe respecto a la
gramática moderna de la lengua española" (12). Ramón Menéndez
Pidal, el maestro de la filología española, la incluye en una rigurosa
y ceñidísima enumeración de obras de consulta, como única entre las
de su género (13). Y Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña no se
cansan de insistir en la conveniencia de que los profesores "se fa
miliaricen con la lectura reiterada de la Gramática del gran maestro
sudamericano" (14).
Tal difusión trajo necesariamente benéficos efectos. En primer
término, removió el interés por los asuntos del idioma, sobre todo en
América. Luego, y esencial: aportó un fructífero remozamiento en lo
doctrinario. Hemos visto más atrás que Bello liquidó tradicionales
vetusteces, liberó a la gramática del logicismo que la enseñoreaba,
trazó líneas fundamentales de método y sentó un criterio de vigencia
actual. Sus primeros seguidores, sin embargo, se atuvieron más a lo
material de la teoría que al espíritu que la informaba; éste se les
escabulló con frecuencia. Erigieron a Bello en autoridad suprema, a
pesar de que él había dicho que en materia de idioma no había más
autoridad que la lengua misma. De aquí que lo siguieran sin discri
minar hasta en sus yerros.
En lo didáctico, el aporte fue no menos valioso. Con anterioridad
a la publicación de su libro, el sabio maestro había manifestado:
"Nada se ganará, pues, con poner en manos del niño una gramática,
y hacerle aprender de memoria frases que no entiende, y que abso
lutamente no le sirven para distinguir lo bueno de lo malo en el
lenguaje. ¿Qué provecho le resulta de tener la cabeza moblada de
definiciones, y de saber analizar una frase en la pizarra, diciendo
que la es artículo, tierra sustantivo, es verbo, y extensa adjetivo, si
(12)La oración y sus partes, pág. 9; Madrid, 1925.
(13)Manual de gramática histórica española^ Advertencias.
(14)Gramática Castellana, ler. curso, pág. 8, nota.
— 111 —
�— III —
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sa^BuopipBjj opinbi[ [{ag anb sbjjb sbui o^sia souiajj •oiJBuuj^op
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bb[ ajjua BJiun oiuoa 'Bj^nsuoa ap SBjqo ap uoiaBjaiunua Bmisipiuaa Á
BsoanSo Bun ua a^npui b^ 'BpDUBdsa BjSopD^ij bj ap ojjsaBui ja
zapuaua^^ notuB^; '(^l) ^jousdsa Bn^uaj bj ap Buaapom
bj b ojoadsaj ajsixa ano opnzuaiauoa sbui á o^ajdinoo sbui oipuadmoa
ja,, sa anb BJBjoap A sos^na sns ua as^q otno^ Binoj bj zua^ ojjopo^j
•VNVTiaxsv3 vn^Na^ vt aa vdihoxsih VDixywvaf) ns ua ajuaiujBio
-adsa jínut Bpnaiuiooaj bj usssubjj o^uapa^ 'soub soj y
sB^ipnja A sajuBJjauad sns uoa ojjag ap b^iibiubj^) bj aaanbijua
asof ouijn^ '0¿8T n3 ""' (S¿8l) HA H *á '(6981)
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A (f^^\) sa^a^ oiJB^ajQ asof ap sbj 'ajiq3 ua^íjxpo^ zaj^^
aá^of ap enn 6881 ua aaaJsdB 'Bps^p vA bj ap BinapB 'Bjanzan
-a^Y ua 'isb ts^iiaBpip ajopui ap sauoiaBjdBpB uaSjns B^ijamy ^pot
jod j^ '(^81) ^^pBuiBj^ ns ap upi^ipa BuaAOU bj ua 'sopiuiji .^
anbuns 'soiqmsa soun^jB aanpojjuí Biuiapsay psjj bj uaiqiuBj 'a
OJjsanu ua asopuBJídsnj '(o^ojoj^) ^opBj^Bsuoa Bisa anb b pnjuaA
-nf bj ap ouJjip sboi A ojasxa sbui otpuaduio^ ajsa jaaBij ap soipaní
soj auiJBp b ouia 'ouBjozauaA BismBuinq ajqajaa 'ojjag saapuy jouas
jap BoiiBuiBj-15 bj ap uopiJBdB bj opuBna '^aqo bj Bpoj ua sajBi^uBisns
soju3iiuBrquiB3 'BAanu Bun znj b iBp jb 'BqBJBdaad,, :ojjag ap Buoaj
bj b BpiqBa BijduiB Bp 'VNvnaxsv^ V^ixywvHf) aa oíaMadiMO^ ns zba
^~ OIT —
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'sauoisaadnii SBpBjaiíaj jBn^í jod ozue3jb anb 'esjanasa sbj ap osn
ja Bj^d ojaBjjxa un 'XS8I ua 'n?iqwiBj ozijj -ssuoioBjipsin A SBjnpaj
SBAisaans ap SBtouajsSns sbj nnSas 'opuauíua 'ojinb 'pipBUB :so;quiEo
sajueíjoduii 'B^jBna bj ua aiuauíjBpadsa 's^jja ap Bun BpBa ua oftipojj
-ur ojuaiuiBuoioDajjad ^ pn^jjOBxa ap ubjb ja jod o
ns ap sauoi^ipa oauía Bj9i?q j^aijqnd b oé^jj o[pg saapuy *q
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((,f SBd) ttBDpBuiBj Bjj8anu ap sBjj
jofsui oj Búas zaA jbj ojad .' • • • oanvp A oanvsncm ssjqBjBd sbj opBAJas
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ap auuBTAsap ou ap osoasaQ,, :jojj3 opBjajaAut unSjB oiSjodb jBn^ oj
jod uoioipBjj bj uoa aiuauiB;jaiqB opBisBiusp jsdiuoi ou Jod sauois
-Bao ua anj j^ *s^pnp sns SBpBduiBjsa ofap A Bjqo ns ap sauop^ajjad
-raí sbj opJfApB jjag 'pBpiunjJodo enn ap sbui ua 'ajjBd bjjo joj
¿sajqBjadnsui sapspijBa BBjJ^p ap sbjbj^ sbj b Bjqeq ou? 'opiAjo ja
ua Bfjuuns ap zaA ua 'SBpuaiuiua A sauoiaB^ijiiaaj opu^jo^B usáis aj
as anb ap oijoaq ja j^ 'o[[ag ap Bjqo bj ap aid ua ojubj ^panb anb sa
BtiBJjxa oSjb is 'BDiisijijsa bj ap 'Boijauoj bj ap 'Bawojsiij bdijbuibjS
bj ap saiJodB sopBq^sdsosui soj ua 'o[7Íis oiuijjn ajsa ua afsn^ua^ jap
Bi^uap bj oqaaq Bq anb sosajSo^d soj na Bsuaid oun opusn^ ¿soujbu
-BJjxa apand oqanuí anb? 'ojo^ •••sajBaoA sbj ap uopBaijisBja bj
'sopoui soj ap 'ojuaaB jap 'Bq^jis bj ap sauopiuijap sbj ssuapjsnasjj
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soj ajjua satuvmpjoqns ajuamunuioD sspBuiBjj sbj opuaXnjaui 'uBuipjo
�realmente no sabe distinguir, sino a tientas y a bulto, al nombre del
verbo, y al sustantivo del adjetivo; y si al salir de la escuela sigue
diciendo, como antes de haber entrado en ella, yo tuezo, yo forzó, yo
cuezo, yo copeo, yo veceo, tú sois, vos eres, hubieron hombres, etc.?"
(15). En la realización de su obra, Bello cumplió cabalmente sus de
sees. Desterró las hieráticas y anacrónicas definiciones con que cierta
gramática tradicionalista trataba de ocultar, a toda costa, la vaciedad
de su juicio. Propendió a despertar la facultad de observación en
los jóvenes y a adiestrar su razonamiento. Así la gramática rebasó
en mucho el valor estrictamente doctrinario que tenía: se tornó en
valioso instrumento de cultura intelectual..-.•••.
¿Qué influencia ejerció la Gramática de Bello en el habla de los
pueblos hispanoamericanos? Contribuyó a desterrar muchos vicios;
entre ellos, el voseo de la lengua culta de Chile (16). Desde luego, es
muy difícil saber hasta dónde puede obrar en tal sentido un libro de
los de su clase. ¡Son tan variadas las causas que en ello intervienen!
Casi todos los elementos integrantes de la cultura coadyuvan, en mayor
o menor grado, en dicho perfeccionamiento. Además, la gramática
sólo actúa por lo común sobre grupos muy reducidos: suele estar lejos
del vulgo. Claro es que son tales grupos los rectores y que la lengua
culta se infiltra de continuo en la vulgar, dignificándola. Quizá así, in
directamente, fuese dable descubrir hasta hoy ocultos beneficios de la
obra de Bello. Rastrearlos no será labor de un día, pero es obligación
que nos impone a todos el reconocimiento.
(15) El Araucano, 6 de mayo de 1836.
(16)^ Rodolfo Oroz y Yolando Pino Saavedra, en sus notas a las Advertencias de
Bello ("El español en Chile", Biblioteca de dialectología hispanoamericana, Buenos Aires,
1940, págs. 49-77), han indicado el uso actual de las formas comentadas por aquél. Al final
de^ dicho trabajo hay un excelente extracto de Amado Alonso y Raimundo Lida donde se
señala cuáles de los rasgos fonéticos, morfológicos, sintácticos y léxicos denunciados como
incorrectos por Bello subsisten, y cuáles se han corregido por la acción de la escuela.
— 112 —
DESIDERIO PAPP
¿Es la teoría atómica de Dalton
una concepción apriorística?
No existe ningún método inductivo que pueda
conducirnos a las leyes básicas del mundo físico.
ElNSTEIM (1).
En un libro publicado hace cuatro años, hemos procurado demos
trar que el método hipotético-deductivo tiene —y no pocas veces—
la parte leonina en la actividad legisladora de las ciencias llamadas,
tal vez con demasiada exclusividad, experimentales (2). La hipótesis
y la deducción preceden, en la génesis de teorías y leyes fundamenta
les, a los procedimientos empíricos, cuyo papel —aunque sea, desde
luego, indispensable— está a menudo relegado a un segundo plano,
puesto que sólo sirven de control y no hacen más que confirmar
a posteriori la teoría ya estructurada o la ley encontrada. Contraria
mente a la opinión que ve en la experiencia el punto de partida y
la fuente de todo conocimiento científico, en el hallazgo de las leyes
más generales los procederes empíricos intervienen más bien en la
etapa final, y no en los primeros tramos del camino heurístico; en vez
de encabezar la marcha del pensamiento, la terminan.
La historia de la Física justifica acabadamente esta repartición
de funciones entre los procedimientos clásicos: el análisis de las sen
das reales que condujeron a las leyes galileanas de la caída libre, a
las leyes newtonianas del movimiento, a la ley de la conservación de
la energía, ofrece otros tantos ejemplos del primado que recae sobre
el método hipotético-deductivo. Las consideraciones en que abunda
remos se proponen como objetivo agregar a estos ejemplos aducidos
en mi libro antes citado otro no menos importante: la teoría atómica
de Dalton, y poner en evidencia que fueron principios apodícticos los
que dieron origen a la introducción de la atomística en la Química.
Lejos de haber salido, como se creyó por mucho tiempo, de los es
fuerzos de Dalton para dar una explicación racional a su ley "empí
rica" de las proporciones múltiples, por el contrario, la teoría atómica
es la fuente de esta ley, que de ella fluye como consecuencia lógica
(1)EiNSTElN, Pkysik und Realitat. Zeitschrift für freie deutsche Forschung, 1938.
(2)Papp, Filosofía de las leyes naturales, 1945.
— 113 —
�
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Dos momentos en la historia de la gramática española : Antonio De Nebrija
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Revista de la Facultad de Humanidades y Ciencias /Universidad de la República. Montevideo : FHC, UR , 1950, Año III, Nº 4: p. 87-112
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CLAUDIO SÁNCHEZ-ALBORNOZ
LA JORNADA DEL FOSO DE ZAMORA
Durante medio siglo había resistido Alfonso II el Gasto las más
feroces acometidas de los ejércitos musulmanes en las abruptas mon
tañas de Asturias, Álava, Castilla y Galicia. Vencido a veces y a veces
vencedor, había al cabo conseguido salvar la independencia de su
reino, que se extendía a la sazón a lo largo de la costa cantábrica,
apoyado en el mar y con la cordillera cántabro-pirenaica a guisa de
muralla. Poco después de su muerte (842) Ramiro y Ordoño fortifi
caron algunas plazas al sur de los montes, para proteger los posibles
caminos de acceso al embrión de España, todavía serrano. Hasta el año
883 fueron las nuevas fronteras del reino de Asturias repetidamente
atacadas por las huestes sarracenas. Pero la anarquía que estalló en
el Al-Andalus en los últimos decenios del siglo IX permitió a
Alfonso III defender la raya del Mondego, del Duero y del Arlanza
y ocupar y colonizar las tierras situadas al norte de esa línea fron
teriza (1).
Con el nuevo siglo sobrevinieron momentos de peligro a la obra
de restauración del Rey Magno. Mas por fortuna para los futuros des
tinos de España la fiera acometida, que pudo retrasar o frustrar aquel
brioso renacer de la España europea, aunque subió veloz e impetuosa
desde el Guadiana hasta el reino de Alfonso, acabó estrellándose im
potente ante las peñas y los muros de Zamora. No obstante la furia de
su empuje, faltaban a la formidable máquina guerrera, cuyo trágico
fin presenció el ancho Duero, las recias manos de un conductor ex
perto. Porque un hombre vano y fatuo puede, audaz, convertirse en
caudillo de un movimiento engañosamente arrollador, si acierta por
acaso a excitar las estultas pasiones o los impulsos conservadores de
las masas medrosas y miopes, pero jamás conseguirá por su propia
ceguera dar cima a empresa alguna que no pueda fraguarse en los
obscuros sótanos del instinto vital.
El ataque contra el reino cristiano no fue obra de la iniciativa
oficial del gobierno de Córdoba. Abd Allah se hallaba a la sazón com
prometido en ruda lucha con los rebeldes que se habían alzado en
toda España contra la soberanía del Imán (2). La empresa fue ideada
(1)En mis "Orígenes de la nación española" estudiaré el reinado de Alfonso III. De
las páginas que le consagraré en tal obra proceden lns que siguen.
(2)Sobre Abd Allah véanse Dozy: Histoire des musulmán d'Espagne, 2.a ed. II,
págs. 21-93 y la magnífica y novísima Histoire de l'Espagne musulmane de Lévi-Provencal, I, págs. 230-279.
�por un guarnicionero, activo propulsor de la guerra civil, y llevada a
la práctica por un príncipe ambicioso y astrólogo (3). Era éste Ahmad
Ben Muawiya, hijo de un tal Muhammad, llamado el Gato y nieto a
su vez de Hixam I. Hermoso de rostro, dotado de un espíritu despierto
y vivaz, un poco astrónomo, dado a la astrología, audaz e ingenuo,
embaucador y crédulo, Ibn Abí Ayub dijo de él: "Una gacela tiene
por padre un gato" y "Oh, señor, te han ceñido la espada, pero te
caerían mejor un mirt y unos pendientes". Puso el arma en sus manos
para atacar a Alfonso, el guarnicionero Abú Ali Al-Sarrach que es-
(3) Se han ocupado de esta campaña con mayor o menor brevedad: Dozy: Histoire des
musulmans d'Espagne, ed. Lévi-Provencal, II, págs. 132-134; Barrau-Dihico: Recherches sur Vhistoire politique du royaume asturien (718-910), Revue Hispanique
LII, 1921, págs. 208-209; Cotarelo Valledor: Historia crítica y documentada de la
vida y acciones de Alfonso III el Magno, último rey de Asturias, 1933, págs. 447-450
y Lévi-Provenqal : Histoire de l'Espagne musulmane. I, 1944, págs. 269-271. Todos
ellos han dispuesto de laB mismas fuentes: 1 Muqtabis de Ibn Hayyan (988-1075);
la Crónica de Sampiro, obispo de Astorga hacia el 1035; Al-Hullatu al-Siyara de Ibn
Al-Abbar (1198-1260) y el Bayan al-Mugrib de Ibn Idari, muerto en 1306. Es porme
norizado el relato de Ibn Hayyan; había sido extractada por Cayangos: The History
of the Mohammedan Dynasties in Spain, II, pág. 463; ha sido publicado por Melcho^
M. Antuña: Chronique du régne du calife umaiyade 'Abd Allah á Cordone, Textes
relatijs a Vhistoire de VOccident musulmán III, págs. 133-139, y yo he dado a la
estampa nna parte de la versión inédita del mismo, debida al P. Antuña, en La
España musulmana según los autores islamitas y cristianos medievales, I, págs. 248-253.
Las indicaciones de las demás fuentes son brevísimas; pueden verse en la ed. de
Flórez: España Sagrada, XIV, pág. 460; en la trad. de Cas mi: Bibliotheca arábicohispana escurialensis, II, pág. 35, y en la trad. de Facnan: Histoire de l'Ajrique et
de VEspagne intitulée Al-Bayano' l-Mogrib, II, pág. 231.
Ninguno de los historiadores modernos mencionados ha explotado intensivamente
el pasaje de Ibn Hayyan. Dozy le siguió con puntualidad pero sólo en sns líneas
generales. El carácter ceñidamente erudito de la obra de Barrau-Dihigo se avenía
mal con toda detención pormenorizada, y además en sns días Be hallaba todavía iné
dito y sin traducir el Muqtabis. Cuando Cotarelo redactó su obra ocurría otro tanto
y aunque al publicarla muchos años después dispuso de la versión inédita de Antuña,
no supo sacar partido de ella y trazó un relato confnso y erróneo, bajo el peso de la
desacreditadas noticias de Conde y de los extractos de Cayancos. Y Lévi-Provencal
ha huido de propósito en su magnífica obra de toda narración detenida y literaria,
para evitar repetir las páginas de Dozy.
Quizá todos estos estudiosos han desconfiado, además, tal vez, de los pormenores de
Ibn Hayyan. Me ha decidido a otorgarles plena fe la que me inspiran las fuentes uti
lizadas por el gran historiador cordobés autor del relato. Sigue de ordinario a 'Isa
ben Ahmad al-Razi, tercero de la gran familia de cronistas andaluces, los "Rasis",
muerto, según lo más probable en 989 y muy escrupulosamente informado (SánchezAlbornoz: En torno a los orígenes del feudalismo II. Fuentes de la historia hispano'
musulmana del siglo VIII, págs. 230 y ss.). Para trazar la historia de la jornada de
Zamora 'Isa al-Razi dispuso, de otra parte: a) De un escrito de puño y letra del
califa Al-Hakam II (912-976) en que recogia noticias del juez de Córdoba Al-Mnndir
ben Sa'íd que murió en 966 a los 82 años (Facnan: Al-Bayano, II, pág. 259, nota 4) y
que era pues un mozo cuanto el supuesto Mahdí atacó a Alfonso el Magno, b) De
algunas páginas de un antor contemporáneo del suceso, de Muawiya ben Hixam, apo
dado el Sapientia, muerto el año 913, poco más de una década después de la empresa
que va a ocuparnos, y emparentado con el caudillo que la llevó a término — los dos
eran Omeyas y descendían de Hixam I (Sánchez-Albornoz: Fuentes... págs. 132
y 88.). c) Y del poeta Muñan ben Sa'id, apodado el Comensal, que vivió durante
el reinado de Muhammad (882-886), según resulta de dos pasajes de Ibn al-Qutiya.
(Trad. Ribera, págs. 57 y 70), y que conoció por tanto a los actores qne intervinieron
en la campaña del año 901.
En el relato de la empresa de Zamora que trazo arriba sigo las páginas de Ibn
Hayyan ahora comentadas. Me permito BÓlo localizar los suceBos en torno a Zamora
conforme a mi conocimiento de los alrededores de la ciudad, e hilvanar, la narración
de la campaña, conforme a mi costumbre. El lector puede comprobar la puntualidad
de mi composición acudiendo a las fuentes citadas en esta nota y al final del pasaje
del Muqtabis, todavía inédito, que reproduzco como apéndice.
— 26 —
�eondía bajo su capa de ascetismo su natural rebelde. Era su placer el
guerrear, se le llamaba el Murawid por sus repetidos ataques a las
fronteras de los politeístas; pero si no tenía ocasión de combatir con
los infieles, en su deseo ardiente de luchar, Abú Ali prefería a la paz
el pelear con sus hermanos musulmanes. Tiempos propicios a hombres
de su temple y de su audacia corrían en España. Sus crueldades, pero
sobre todo su impotencia para mantener la paz dentro de la comu
nidad de los creyentes y para hacer sentir su fuerza a los cristianos,
privaban a Abd Allah de la estimación y del respeto de sus subditos.
Cualquier aventurero podía encontrar amigos y soldados para levan
tarse con un trozo de tierra del emir. Muchos audaces codiciosos ha
bían ya seguido este camino. Y los grandes rebeldes españoles, alzados
hacía tiempo contra Córdoba en los valles del Ebro y del Guadiana
o en las serranías andaluzas, se habían tallado verdaderos reinos in
dependientes que el soberano no podía someter. Los ascetas y místicos
musulmanes de Al-Andalus se hallaban siempre prontos a combatir
contra las autoridades ortodoxas y Abú Ali Al-Sarrach odiaba como
todos al emir. Había llevado en secreto las negaciones entre Umar
ben Hafsun, caudillo de los renegados del Sur, y los Banu Qasi de
Aragón. Vestido de tosco sayal de lana, calzado con abarcas de esparto
y montado en humilde pollino, cruzaba en todas direcciones el país
predicando sañudo la guerra contra Abd Allah y aunando las volunta
des de los jefes del partido español (4). Pero fracasaron sus intentos y
entonces ideó un nuevo y más osado plan: proyectó reemplazar al
príncipe cobarde y asesino, que levantaba odios o provocaba a mofa,
por un emir capaz, estimado del pueblo, lo bastante bravo para atraer
a su partido y mover a entusiasmo a las masas islamitas, y lo bastante
dúctil para gobernar a su dictado y ser instrumento de su juego. Abú
Ali creyó encontrar el monigote seductor que precisaba en el príncipe
Ahmad, el Quraixí, un omeya nieto de los emires cordobeses. En se
creto fue seduciendo a la gacela de que hablara el poeta. Nada más
fácil que arrojar de su trono al déspota cobarde que lo ocupaba en
tonces. Bastaba con ganar fama y partidarios en una gran campaña
contra el reino de los politeístas, para después, entrar triunfante en
Córdoba. Y la embestida a los estados de Alfonso ben Ordoño no era
empresa imposible. Las tierras de muslimes, fronteras de las ciudades
de cristianos, se hallaban pobladas de ardientes berberiscos, castiga
dos por las aceifas de las tropas astures y gallegas anhelaban luchar
para vengarse pronto de sus debeladores, acogerían como un libertador
a quien las predicara la guerra a los infieles y le seguirían con fervor
hasta después del triunfo. Con ellos podía organizarse un formidable
ejército y, azuzando su fiera exaltación, vencer y arrollar a los cris
tianos. Después de la victoria, España toda se levantaría para sustituir
al príncipe cobarde por el bravo, al vencido de todos por el de debelador de los idólatras gallegos; y ante las cabezas de Alfonso y de sus
(4) Da noticia de tal negociación Ibn Hayyan en el Muqtabis. Recogió tal noticia y des
cribió las actividades de Abú Ali Al*Sarrach Asín en su estudio "Ibn Masarra y su
escuela: Orígenes de la filosofía hispano-musulmana", Obras escogidas I. Madrid,
1946, pág. 43.
— 27 —
�condes, clavadas en las lanzas de las vanguardias' del caudillo, ee
abrirían las puertas de Córdoba, al omeya que venía a continuar la tra
dición de sus mayores.
La raposa engañó a la gacela. El hijo del Gato se decidió a em
pezar su carrera triunfal y un día salió Ahmad de Córdoba, caballero
en un potro, al mismo tiempo que los habitantes de Muneza veían
marchar hacia los alrededores de la ciudad de los emires, a un hombre
vestido de lana, jinete en un pollino y calzado de esparto, que decía
llamarse Abú Ali Al-Sarrach. El nuevo pretendiente se alojó fuera de
Córdoba en casa de otro omeya, primo suyo y reservando sus propó
sitos, se dirigió a Fahs al-Ballut (5), en tierra berberisca.
No había errado en su elección el guarnicionero Abú Ali. Durante
las primeras jornadas del drama imaginado Ahmad Ben Muawiya es
tudió su papel de salvador de la comunidad de los creyentes musul
manes y lo representó con maestría. Desde el monte Al-Baranis excitó
a las cábilas de los alrededores a defender el islamismo agonizante,
se hizo tener por adivino, fue largo en el prometer de la victoria, cegó
sus ojos con engaños y al mismo tiempo que difamaba al emir
Abd Allah, invitaba a todos a la guerra santa con los politeístas (7).
La semilla no cayó entre espinas y abrojos sino en campos abonados
por fanatismos y odios; los fieros berberiscos (8) interrumpieron sus
trabajos, se juntaron fervorosos a su libertador y asegurado éste de la
firmeza de sus resoluciones, marchó con ellos desde Fahs al-Ballut hasta
Trujillo. En la zona situada al mediodía de Trujillo, Ahmad se esta
bleció primero con los Banu Al-Raxid, en las orillas del Guadiana,
y peregrinó después por las aldeas de los Nefza. Se presentó ante ellos
como el Mahdí, como el profeta, como el salvador de los miáslimes
y consiguió también que aquellos bereberes se le unieran. Era ya jefe
de una hueste fanática, la empresa maduraba, necesitaba sólo perfi
larla, señalarla un fin concreto y próximo. Frente a aquella zona occi
dental de la España islamita, se alzaba arrogante la ciudad de Zamora,
junto al Duero. Durante los tiempos de los antepasados del supuesto
Mahdí había permanecido abandonada y despoblada. Nadie impidió
que la ocupara el tirano Alfonso ben Ordoño —"maldígalo Alá", decían
los sarracenos al nombrarlo—, los creyentes le permitieron luego po
blarla con sus gentes y con traidores muladíes de Toledo y, después,
nadie estorbó al cristiano la construcción de una tartísima muralla
guarnecida de fosos y de torres (9). Este abandono indiferente, acarreó
(5)Los musulmanes españoles llamaron Fahs al-Ballnt o "Llanura de las encinas" a la
región de Pedroche, sitnada entre Hinojosa del Duque y la Sierra de Almadén. Asi
resulta de varios pasajes del Kitab Al-Rawd Al-Mi'tar Fi Jabar Al-Aqtar de Ibn
'Abd Al-Mun'in Al-Himyari aprovechados por Lévi-Pboven^al en La Péninsule
Ibérique au Moyen-Age, Leiden, 1938, pág. 188, n. la.
(6)Los musulmanes españoles llamaban asi a la Sierra de Almadén: Lévi-Pbovení al : L'Espagne musulmane au Xéme. siecle, pág. 176.
(7)Asi llamaban los musulmanes adoradores del dios único • los cristianos adoradore^
del dios trino.
(8)Sobre la colonización berberisca en España véase Lévi-Pboveníal : Histoire de l'Espagne musulmane, I, págs. 60 y ss.
(9)Ibn Hayyan describe asi en sn Muqlabis la repoblación de Zamora por Alfonso III:
Dice 'isa ben Ahmadi Este año (280) ee dirigió Alfomo hijo de Ordoño rey de Ga— 28 —
�a los mahometanos graves daños. Desde León, dos jornadas al Norte de
Zamora, hacían ya los politeístas correrías en tierras de muslimes, y
causaban estragos en sus campos. Desde Zamora las aceifas se hicieron
más frecuentes y las tropas de Alfonso se adentraron cada día más y
más en las comarcas habitadas por bereberes musulmanes. Con cuerpos
de jinetes intentaron poner remedio al mal los defensores de las re
giones fronterizas islamitas, enviando una expedición contra Zamora.
Mas la caballería sarracena halló en ésta una obstinada y dura re
sistencia y nada consiguió frente a sus fuertes muros. Solicitaron
entonces la ayuda del Imán de los creyentes, mas ocupado el emir
Abd Allah en combatir con los rebeldes, desoyó su demanda y hubieron
ellos solos de proveer a su defensa. Pronto ni esto les fue posible. Al
contagiarse las fronteras del virus de discordia que, corrompía el emirato,
las luchas y las enemistades que se encendieron entre los que habitaban
en la vecindad de los infieles, les impidieron acudir a la guerra contra
éstos, les obligaron a renunciar a combatirlos, les forzaron a acogerse
a su benevolencia y aun quizá les movieron a someterse al pago de
parias humillantes.
Pero a pesar de sus contiendas intestinas, los bereberes de las
fronteras del centro y del occidente de Al-Andalus deseaban con fervor
la guerra santa, entrar por tierras enemigas y vengar sus afrentas. A
ellos envió mensajeros Ahmad el Quraixí, para excitarles a combatir
a los habitantes de la maldita Chaliqiya —"confúndalos Alá", diría el
príncipe en su carta —y para requerirles a que se unieran a sus
tropas, a fin de castigar a los idólatras cristianos y apoderarse de la
odiada Zamora. La voz de Ahmad Ibn Al-Qitt sonó como un anuncio
de redención en Mérida, Badajoz y Toledo. Cuando en esta y en las
otras ciudades fronterizas se leyó su misiva, como en Fahs al-Ballut
y como en Nefza, las gentes corrieron presurosas junto al Mahdí que
Alá les enviaba. Si los más impulsivos y entusiastas disputaban por
marchar los primeros a su encuentro, los menos fervorosos e impa
cientes avanzaban también, arrastrados por el temor o por la fuerza.
La tímida gacela de que hablara el poeta, se había trocado en
el caudillo de un tortísimo ejército que integraban casi sesenta mil
infantes y jinetes. Con él salió el Nefza, camino de Zamora, y con él
cruzó el Tajo, por donde lo cruzaba la vía romana que subía de Mérida
hasta Astorga. Marchaban los rudos e ingenuos bereberes alrededor
de Ahmad Ibn Al-Qitt y se le aproximaban a porfía para escuchar
de sus labios los felices augurios del ya cercano triunfo. Por la es
tulticia de sus sueños y la debilidad de sus inteligencias, sus fanáticas
huestes le juzgaban profeta y creían, sin átomo de duda, las predic
ciones y patrañas del tímido príncipe sacado a escena por la ambiciosa
audacia del guarnicionero Abú Ali.
licia a la ciudad que estaba despoblada y la reedificó, pobló y fortificó, se la dio
a habitar a los cristianos y colonizó sus alrededores. La reconstrucción se hizo por
los habitantes de Toledo y bajo los auspicios de ano de sus cristianos se comenzó
la edificación de sus murallas. Desde este tiempo quedó poblada, aumentaron sus
habitantes, continuó su colonización y se hicieron fuertes en ella los habitantes
de la frontera". Véase además Leívi-Provenqal: Encyclopédie de VIslam IV, pág. 1281.
— 29 —
�El hijo de el Gato, aguzaba el ingenio para mantener y aumentar
el fanatismo de sus tropas. Ora explicaba como maravilloso el copioso
sudor de su caballo, ora, comprimiendo en secreto ciertas ramas, apa
rentaba él mismo la misteriosa emanación de un jugo prodigioso; y ya
se ocultaba largos días a la curiosidad devota de sus gentes, ya se pre
sentaba fastuoso y deslumbrador a revistarles. En el camino se le
juntaron nuevos y numerosos contingentes de Toledo, Talavera, Guadalajara y Santovenia y en el acto procuró excitar con artificios su
entusiasmo. Primero se sustrajo a sus miradas varios días, y después,
cuando su deseo de verle y de escucharle se habían superado, se pre
sentó ante ellos montado en un caballo blanco, cubierto de blancas
vestiduras, tocado con un turbante blanco y ceñida la espada por un
blanco tahalí que hacía juego con el trotón, el turbante y el vestido.
De esta manera revistó el Mahdí todo su ejército, espoleó luego a su
caballo, emprendió con él veloz carrera y de improviso, en un alarde
vano, frenó el corcel y le detuvo en seco.•/
Tanta estulticia alarmó a algunos jefes de la tribu de Nefza. Prin
cipalmente desplació el Mahdí a Zual ben Yaix. Temeroso de que tal
vez su ligereza le llevara después de la victoria a arrebatarle el mando
de sus gentes, comunicó en secreto sus recelos a sus íntimos y se pre
paró, con sus amigos, a aprovechar la primera ocasión para perder
al pretendiente. Pero a pesar de la decisión de esta insignificante mi
noría, jamás había avanzado contra Alfonso un ejército más exaltado,
fanático y temible. Con sus fingidas predicciones, sus gestos teatrales
y sus falsos prodigios, Ahmad Ibn Al-Qitt había logrado un ascen
diente sin par sobre las rudas mentes de los bereberes, sus satélites.
Sin replicar, ejecutaban éstos todas las órdenes del supuesto Mahdí,
anhelaban con frenesí acometer a los infieles y no dudaban un mo
mento de que conseguirían la victoria. Fanatizados así tantos miles de
hombres, más que había conseguido jamás reunir caudillo alguno
contra el reino de Alfonso, su ataque a las fuerzas cristianas podía
augurarse irresistible.
El fingido profeta que avanzaba con su ejército por la llamada
"Vía de la Plata", cruzó el Tormes junto a las ruinas de Salmantica,
atravesó por el solar de la vieja Sarabis (10), prosiguió su camino
por la feraz llanada que habían convertido en desierto las aceifas de
Alfonso y acampó al cabo con sus huestes frente a los muros de Za
mora. Sólo le separaba de ellos la corriente del Duero, que allí se
remansaba y se remansa para ofrecer un ancho y hondo foso a la
ciudad cristiana. Tras el Duero y sobre las rocas tajadas que bajan
verticales hasta el río se elevaban las murallas recién renovadas de
la plaza. Como hoy la cúpula y la torre catedralicias, alguna torre
cilla, construida quizás conforme al nuevo gusto que los mozárabes de
Toledo habían importado, rompería, tal vez, la chata silueta del
recinto murado.
(10) Sobre la vía romana de Emérita Augusta a Asturica Augusta que atravesaba el Duero
por Zamora véanse: Saavedra: Discursos, Real Academia de la Historia, Madrid, 1914,
y Blázquez: Vías romanas del Valle del Duero y Castilla la Nueva, Madrid, 1917,
págs. 15 y ss. y Vías Romanas de Botoa a Mérida • Mérida a Salamanca, Madrid, págs. 7-8.
— 30 —
�Desde su campamento, establecido donde se alzan hoy los arraba
les de Cabañales, de Pinilla y de San Frontis (11), el supuesto Mahdí,
tuvo el penúltimo de sus gestos solemnes. Ahmad escribió a Alfonso
una arrogante carta, que llegó a ser famosa y que se recitaba luego
en las fronteras musulmanas. El hijo de el Cato invitaba al rey cris
tiano y a sus gentes a convertirse al islamismo y les amenazaba con
la muerte, si rehusaban aceptar su propuesta. ¡Inútil pero magnífico
ademán! La gacela andaluza trataba de intimidar al oso astur. Un
mensajero fue el encargado de entregar la nueva al tirano Adefonso,
de exigir de él pronta respuesta y de regresar presuroso junto al nuevo
profeta. El mensajero de Ibn Al-Qitt atravesó el Duero sin tropiezo,
ante él se abrieron las puertas de Zamora y, con las precauciones de
costumbre, fue llevado a presencia de Alfonso. Se había éste preparado
a la lucha, había congregado un gran ejército y le rodeaban algunos
de sus hijos, los infantes, y los condes y potestades de su reino. Oyeron
todos el enviado del Mahdí leer la carta insolente y audaz de eu señor
y el príncipe y sus gentes permanecieron impasibles. Pese a la reciente
introducción por los mozárabes del arte y del lujo musulmanes (12),
Alfonso y sus nobles ignoraban el árabe. Un truchimán les tradujo
en seguida las amenazas del jefe sarraceno y un rugido de cólera fue
la única respuesta que obtuvo el mensajero. Menguado de seso había
de ser aquel malvado que osaba dirigirse en tales términos a Alfonso,
el gran caudillo y el gran rey, que había vencido muchas veces a los
generales islamitas, que había conquistado muchedumbre de plazas
y castillos, que había pactado de poder a poder con los imanes an
daluces y que había llevado la raya de su reino hasta más allá del
Mondego, del Duero y del Pisuerga. El rey astur y sus magnates se
lanzaron furiosos hacia las puertas de Zamora dispuestos a castigar
la afrentosa insolencia. Alfonso, colocó sus jinetes en vanguardia, el
Mahdí colocó los suyos en la primera línea y, de este modo, más que
nunca hasta allí en la historia de España, se hallaron frente a frente
Europa y África. De una parte se ordenaban los nietos de los cántabros,
astures y gallegos, mezclados con los hijos de suevos y de godos, y
de la otra, no los hispanos cultos, los nuevos árabes o los viejos sirios
sino solos, abandonados a sus fuerzas, los bereberes de africana estirpe.
Desde Zamora avanzaban los herederos de la última civilización medi
terránea que los siglos habían conocido, los hijos de la iglesia cris
tiana que había venido a predicar el amor y la igualdad entre los
hombres y los viejos invasores germanos que estaban elaborando un
mundo nuevo; contra Zamora arremetían no los representantes de la
nueva cultura musulmana, los futuros maestros de los pueblos latinos
de occidente, sino una muchedumbre de toscos, fanáticos y rudos be
reberes, hostiles a toda cultura del espíritu, bárbaros detentadores del
suelo, fértil en ideas, de Hispania. Sobre la cinta de plata que los mus
limes llamaban "Río Grande" sólo un viejo y caduco puente, testigo
(11)Repito que he segnido sobre el terreno el desarrollo de la empresa relatada por
Ibn Hayyak.
(12)Véanse: Gómez-Moreno: Las Iglesias Mozárabes, Madrid 1919, y Sáhchez-Albobnoz: Es
tampas de la vida en León hace mil años. 4.a ed., Buenos Aires, 1947.
— 31 —
�pétreo de la gloria romana, se alzaba como un símbolo entre la Europa
progresiva y el África salvaje.
En el viejo puente hubo de empezar el combate. Pero estrecho
escenario para tamaña lucha, pronto las caballerías cristiana y sarra
cena se buscaron en el lecho del Duero y el río grande vio pelear
con frenesí, durante un día, a las tropas de Alfonso ben Ordoño, con
las huestes de Ahmad ben Muawiya Ibn Al-Qitt (13). En la fiera
contienda nadie consiguió aquella jornada la victoria. El ímpetu bra
vio de los soldados del Mahdí se estrelló horas y horas contra la resis
tencia rocosa de los me^ntañeses del príncipe asturiano. A unos y a
otros sorprendió peleando la lenta llegada de la noche^ tal vez uno
de esos crepúsculos de fuego de los estíos castellanos, en los que el
sol poniente se despide de nuestro puro cielo con un maravilloso juego
de luz y de color, que siembra los espíritus de adivinaciones de tra
gedia.
Con el nuevo día se reanudó la lucha. Los cristianos llevaron al
principio la peor parte en el combate. Los sarracenos consiguieron
atravesar el "Río Grande" y empezó a pelearse en la orilla derecha
donde se alza Zamora. Se elevan sobre rocas tajadas los muros de la
parte más estrecha y fuerte en que acaba la plaza, mirando al suroeste,
pero mientras frente al arrabal de Cabañales descienden verticales
hasta el Duero, a los pies de los que coronan la iglesia y el castillo
se extiende una lengua de tierra donde hoy se desparraman los barrios
de Santiago y de Olivares. Tras ella desemboca en el cauce del Duero
el arroyo que viene del bosque de Valorio. Puebla éste la entrada de un
vallecillo angosto. En medio de la llanada que rodea a Zamora forma
aquél una a modo de serpeante garganta abierta entre colinas, que
sólo en parangón con las suaves ondulaciones de la inmensa planicie
amarillenta pudieron parecer a los muslimes ásperas y difíciles (14).
Atravesado por el Mahdí el "Río Grande", la pelea se agudizó segura
mente al pie de la cerca del castillo, en la hondonada que presiden
desde el siglo XI las iglesias de San Claudio y de Santiago. Después los
islamitas empujaron de modo irresistible a las tropas de Alfonso hacia
el estrecho valle de Valorio, al otro lado de la loma y barrio de San
Lázaro. Combatidos rigurosamente por los vencedores jinetes y peones
del supuesto Mahdí, los cristianos retrocedieron a lo largo del valle.
Algunos, dando por perdida la batalla y desviándose del camino que
lleva hacia Zamora, huyeron veloces varias millas hacia el Norte; mu
chos murieron peleando en la angostura y otros cayeron prisioneros
en ella; pero los más siguieron probablemente resistiendo junto a
Alfonso hasta que cambió la suerte de las armas.
Zual ben Yaix había combatido bajo los estandartes de la hueste
de Ahmad y con sus tropas se hallaba en la vanguardia de las tropas
bereberes. El triunfo del supuesto profeta renovó sus recelos, platicó
con sus íntimos sobre los peligros que de la victoria podían deducirse
(13)Las fotografías que acompañan a estas páginas acreditan la posibilidad de que se com
batiera en el lecho del río.
(14)No encuentro otra plausible reducción geográfica del abrupto valle de que da no
ticia hiperbólica el relato musulmán.
— 32 —
�����para ellos, y juntos decidieron abandonar el campo con sus tropas para
atenuar el éxito o trocarle en derrota. Zual ben Yaix y sus amigos
cumplieron sus acuerdos sin demora, volvieron grupas a sus bestias
y, acompañados en su fuga de parte de sus hombres, procuraron
arrastrar tras ellos el mayor número posible de soldados. Algunos les
siguieron en efecto hasta el campamento donde había comenzado la
batalla, recogieron en él sus tiendas y bagajes y continuaron su mar
cha hacia el Guadiana. La inmensa mayoría del ejército prosiguió,
sin embargo, peleando con los politeístas; mas éstos pronto se dieron
cuenta de la maniobra de Zual y los suyos y al punto comenzaron una
enérgica reacción ofensiva. Aprovechando el desconcierto que la huida
del grupo de traidores hubo de producir en un sector al menos de la
hueste islamita, los peones y jinetes cristianos la acometieron con
mayor esperanza y con mayores bríos, y.fué tal el empuje de la contra
ofensiva que comenzó a ceder el frente, sarraceno. Alfonso y sus sol
dados arreciaron entonces en su ataque y al cabo consiguieron obligar
al Mahdí á retirarse hacia el angosto valle de Valorio y a repasarle,
luego. Perseguidos de cerca por quienes tenían por idólatras, huyeron
los islamitas hasta el Duero, le cruzaron y, al alcanzar sus tiendas, reac
cionaron, creyéndose salvados, pues no esperaban que los cristianos
osaran pasar el "Río Grande" después de un combate tan largo y tan
sangriento. Pero Alfonso y sus tropas no cejaron en su ataque, y se
lanzaron tras la retaguardia sarracena, para no dar sosiego al enemigo.
Los musulmanes intentaron al punto impedirles que cruzaran el Duero
pero fueron vencidos, y los cristianos les siguieron hasta sus campa
mentos y en ellos les combatieron con denuedo, mientras la obscuridad
no acudió en su socorro y no forzó a los politeístas a retirarse hacia
Zamora.
Durante aquella noche muchos muslimes abandonaron al fingido
Mahdí y, convencidos del fracaso de la empresa, se pusieron en salvo.
Pero Ahmad ben Muawiya llamado Ibn Al-Qitt, conservaba aun su
prestigio profético para la mayoría y, con las últimas ficcifones y los
postreros augurios de victoria, consiguió todavía retener a su lado a
muchedumbre de ellos. Con la aurora llegaron los cristianos otra vez
a acometer a los mahometanos y aún sopló a su favor el huracán
de la victoria. Mientras el sol alumbró a los ejércitos prosiguió la
refriega, mas al caer la tarde flaquearon las fuerzas sarracenas
y Alfonso, viendo ya ganada la contienda, quiso rematar, de modo
señalado, el triunfo con tanto esfuerzo conseguido. Cuando llegó
la noche, no se acogió como las precedentes al refugio seguro de
Zamora. Durante las tinieblas podían huir los enemigos y escapar de
esta forma a la venganza de su espada. Para evitarlo, seguro de su
fuerza y sin temor a sorpresas y emboscadas, pernoctó con su ejército
bajo el cielo estrellado y puso cerco al campamento sarraceno. En
vigilia constante transcurrieron las horas, cuantos muslimes intentaron
huir aquella noche cayeron en poder de los cristianos y, al alumbrar
el alba, Alfonso renovó su acometida a las huestes del pretendiente
astrólogo y profeta. Comprendió este que no había ya salvación posible
para él, que le aguardaba el cautiverio sino sucumbía en el combate
— 33 —
�y tuvo el último y más bello de sus gestos solemnes. El hijo de "El
Gato" supo morir con heroísmo. Montó en su potro, le espoleó con
fuerza, se lanzó a rienda suelta contra las filas de los politeístas y se
batió con bríos hasta perder la vida. Junto a él, y como él, cayeron
peleando, acerados y heroicos, sus más fieles devotos. La matanza de
muslimes fue entonces espantosa, el rey astur conquistó y entró a saco
el campamento sarraceno y la cabeza del supuesto Mahdí, clavada
sobre la puerta de Zamora, pregonó muda su victoria.
Con mueca trágica y sangrienta, los despojos de Ahmad Ibn AlQitt anunciaron también el engaño de Abú Ali Al-Sarrach. Un necio
propicio a ser juguete suyo podía exaltar con falsos prodigios a las
masas y hasta saber morir con heroísmo, pero no podía vencer al
monarca gallego. Con solo fan^tismo no puede derrotarse a tropas
regulares y menos si son también fanáticas; y el falso asceta, el guar
nicionero Abú Ali había olvidado que, si los bereberes eran creyentes
fervorosos, y guerreros fortísimos, los soldados de Alfonso se hallaban
igualmente encendidos de devoción por sus creencias, eran no menos
bravos, y disponían de un caudillo diestro y decidido, audaz e inteli
gente, gran general y gran lector, que luchaba no por afán de medro
sino consciente de la grandeza de su obra de restauración de la España
cristiana y rodeado en ella del entusiasmo de su pueblo. La difícil
victoria conseguida aseguró en el Duero por medio siglo la frontera
y permitió que al norte de su mansa corriente prosiguiera el rápido
fraguar de la sociedad y del reino de León y con ellos el fraguar de
la porción más vital de la España europea.
El más temible ejército que había acometido al reino de Asturias
en sus dos siglos de existencia había sido vencido, deshecho, aniquila
do. El día de Zamora, como llamaron los musulmanes durante muchos
años al desastre, fue el más grandioso triunfo logrado por Alfonso en
su largo reinado. No se ocultaron las proporciones del fracaso a los
muslimes. Sus crónicas le confesaron en sus páginas, sus historiadores
intentaron explicarlo como resultado de la traición de Zual ben Yaix,
el mundo oriental le superpuso en una turbia imagen al día de
Simancas (15), en los finos pliegues de la memoria sarracena perduró
erguida la viva silueta de Zamora, a su alrededor surgió muy pronto
la leyenda y a las generaciones musulmanas se trasmitió el recuerdo
de la ciudad cercada por siete fosos y por siete murallas, ante las que
en efecto, se había roto el fiero ímpetu de los bereberes del Tajo
y del Guadiana el 12 de julio del año 901 de la era cristiana, 288 de
la Héjira.
(15) El Mas'udi en sus Praderas de Oro (Trad. Barbier de Meynard, I, pág. 363), supone
a Abd al-Rahman III atacando Zamora en su campaña de Simancas del 939 y perdiendo
en los fosos de la ciudad hasta cincuenta mil hombres.
— 34 —
�APÉNDICE
Fin del relato de Ibn Hayyán sobre la empresa de Zamora (*)
Traducción de MELCHOR M. ANTVÑA t
Dice 'Isa ben Ahmad: He encontrado en un autógrafo del califa
Al-Hakam Al-Mustansir Billah con referencia a este Ibn Al-Qitt que
se rebeló contra el padre de su abuelo, el emir 'Abd Allah, lo siguiente.
Refirióme el cadi^Mundir IJen Sa'id que abandonó Córdoba este Ibn
Al-Qitt movido por una doctrina en virtud de la que aspiraba al trono
y se alojó con nosotros, y su potro, en casa de un primo mío, pero sin
dársele a conocer ni mentarle nada. Salió después y se estableció en
Nefza con los Banu Raxid a orillas del Guadiana. Entre ellos perma
neció durante algunos meses. Les manifestó el asunto que traía entre
manos y escribió a las gentes de los alrededores invitándolos a sumár
sele, haciéndoles brillantes promesas y excitando su codicia, hasta el
punto de que aceptaron su propuesta los habitantes de aquella región
y fueron a unirse a él una multitud de ellos. Se creció así hasta enviar
misivas a los moradores de Mérida, Badajoz y Toledo y a los de esta
frontera, los que acudieron con prontitud, llegando a ser tan crecido
el número de sus partidarios que no se sabe de ninguno a quien se
haya unido tan considerable contigente. Se internó en la ciudad de
Zamora que es de las primeras de la Chaliqiya y habiendo atacado
al enemigo lo derrotó en el primer encuentro. Pero después le hizo
traición la gente de esta frontera; mientras él atacaba al enemigo le
abandonaron los soldados y habiéndose concentrado las fuerzas ene
migas contra él, cayeron sobre los que le quedaban y fueron muertos
él y hasta el último de los suyos. Había ocupado este personaje en
el ánimo de sus partidarios un puesto de gran distinción. Me ha refe
rido mi tío, testigo presencial de la expedición, que cuando ordenaba
sus huestes en orden de batalla les hacía observaciones y si veía que
había algún hueco en alguna de sus filas indicaba que lo llenaran y
se volvía a su sitio. Sus órdenes eran ejecutadas sin replicar, dice, y
me contó uno de los habitantes de Muneza: A raíz de la partida del
pretendiente Ibn Al-Qitt se nos presentó un hombre vestido de lana,
caballero en un pollino y calzado de esparto; le preguntamos: "Quién
eres tú? Séate Alá misericordioso", y contestó: "Soy Abú Ali AlSarrach", hirió luego el lomo de su jumento y se encaminó hacia la
parte de Córdoba. Su mismo deseo le perjudicó. Dice 'Isa: Muhámmad ben Hixam, apodado el Gato, era abuelo
de este rebelde Ahmad, hermoso de rostro. De él dijo Ibn Abi Ayub:
"Cosa la más peregrina que jamás se oyó: dicen que una gacela tiene
por padre a un gato. Oh, Señor mío, te han ceñido la espada, pero
te caerían mejor unos pendientes y un mirt". De Muman el poeta
(*) Signe en el Muqtabis a los pasajes coya versión inédita del mismo Melchor Antitña
he reproducido en La España musulmana según los autores islamitas y cristianos
medievales, I, págs. 248-253.
— 35 —
�es la siguiente composición en la que halaga a Ibn Al-Qitt, dirigiendo
la palabra a Mansur el Maganí: "Decid a Mansur Abú Nasir: por el
plectro y por la cuerda, ¿es que no has juzgado hoy al hijo del apo
dado Gato superior* a la luna llena? Ninguna criatura mejor que él
ha creado el Dios clemente. ¡Oh Abú Nasir! ¿No es por él por quien
la tribu de Quraix ha dado las diez vueltas en torno a la Caaba en
su tiempo? Como si en sus ojos tuviera (fuego) produce encanta
miento cuando mira.
Hace mención Mu'awiya ben Hixam, el Sapientia, de este Ibn AlQitt en su "Libro que trata de las Genealogías" y dice: Este Abu-1Qasim Ahínad ben Mu'awiya ben Hixam ben Mu'awiya, hijo del emir
Hixam hijo de Abd Al-Rahman ben Mu'awiya era del número de los
que se aplicaban a la ciencia, al estudio de la astrología y al conoci
miento de la astronomía. Estaba dotado, además, de un espíritu
pronto y dispuesto. Se levantó en tiempos del emir 'Abd Allah ben
Muhammad cuando reapareció la guerra civil, reclamando el trono y
manifestando el pensamiento y deseo ardiente de hacer la guerra santa.
Marchó por tierras del centro, recorrió los distritos habitados por
bereberes, mostrándoles la austeridad e invitándolos a la guerra santa
contra los infieles. Gran multitud de bereberes del centro y del occi
dente, de Toledo y Talavera, acudieron a agruparse en torno de él.
Con ellos penetró en Chaliqiya dirigiéndose a la ciudad de Zamora,
a ella perteneciente. Sucedía esto el año 88 y ocupaba el solio de la
Chaliqiya a la sazón Adefonso, hijo de Ordoño. A este monarca y a
los cristianos que se le habían unido puso sitio en Zamora durante
tres días, pero luego desertaron los jefes bereberes y le abandonaron.
No obstante él persistió firme en el ataque al tirano acompañado de
los valientes que le quedaron, hasta que fue muerto al cuarto día y sus
soldados fueron exterminados, excepto unos pocos que le sobrevivie
ron. Dice que era este Ahmad un hombre superior en mérito entre la
gente de bien y de bello aspecto.
— 36 —
�ESTUDIOS EN TORNO AL ORIGEN DEL ESTADO ORIENTAL
(Trabajos del curso de investigación que sobre el tema desarrolló el profesor
Edmundo M. ISarancio en la F. de Humanidades y Ciencias durante el año 1946).
ADVERTENCIA
Cuando en 1945, desempeñamos por iniciativa del Dr. Eduardo
Acevedo —que nos otorgó entonces, como todavía hoy lo hace, su más
decidido apoyo por nuestros trabajos históricos— una misión en los
archivos de Buenos Aires, para la fijación de fuentes de interés para
la historia de Artigas, pudimos compulsar en el Archivo General de
la Nación de esa ciudad una serie de probanzas que autorizaban
pensar la posibilidad de que el armisticio de octubre de 1811 fir
mado entre Buenos Aires y -Montevideo, al dejar al pueblo oriental
librado a sí mismo y determinar las primeras reuniones de orientales,
había dado origen al estado oriental. Con esta idea corroborada por
algunas fuentes editas, abordamos en el año 1946, en un curso de la
Facultad de Humanidades y Ciencias, el estudio del tema, con el firme
propósito de realizar los trabajos sin que pesara en nuestro criterio,
ninguna idea a priori a la cual tuviéramos luego que acomodar los
datos procedentes de la investigación. Este género de procedimientos
no arraiga con nuestra particulares convicciones sobre la historia como
disciplina científica. .
Las indagaciones se proyectaron pues, con el ánimo dirigido a
estar con todo rigor a lo que de ellos resultara, — exponiendo las
fuentes, procediendo a su análisis y sacando las conclusiones a que ra
zonablemente pudiera llegarse. — Con ello se pretendió también, dar
a los alumnos del curso, una enseñanza sobre métodos. En base a
estas directivas se iniciaron, por los estudiantes del curso, varios tra
bajos, algunos de ellos se terminaron, otros quedaron inconclusos, no
por falta de capacidad o voluntad de los autores, sino por otras ra
zones, que no son del caso consignar pero a la que no es ajena la
carencia de espíritu de colaboración que se halló en los encargados
de custodiar materUdes cuya consulta era necesaria.
Por ello se publican por ahora, luego de pacientes investigaciones
en repositorios nacionales y extranjeros, bajo el título de "Estudios
en torno al origen del Estado oriental", tres trabajos que componen
una serie orgánica.
El primero se refiere a las relaciones entre Montevideo y Buenos
— 37 —
�Aires durante el último virreinato que culminaron con el armisticio
de octubre.
El segundo es un breve capítulo sobre las primeras asambleas de
orientales del que, por su jerarquía se ha omitido, el examen de la
doctrina que más adelante explicó y justificó la formación del estado
oriental en la última de ellas, lo cual se hace en el tercer trabajo.
Se constituye éste por la versión de las clases dictadas durante el
curso de 1946, modificadas solamente con el fruto de investigaciones
realizadas^ en su parte final y provista del aparato erudito pertinente.
Al darla a la imprenta no se ha querido variar fundamentalmente
el estilo para no quitar a la exposición su carácter docente, aspecto de
ella que nos interesa evidenciar.
Deseamos por último, que quede constancia de nuestro agradeci
miento por las facilidades que se nos dieron en el Archivo General
de la Nación Argentina de Buenos Aires, y en el de Montevideo.
E. M. N.
— 38 —
�
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La jornada del foso de Zamora
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Durante medio siglo había resistido Alfonso II el Casto las más feroces acometidas de los ejércitos musulmanes en las abruptas montañas de Asturias, Alava, Castilla y Galicia. Vencido a veces y a veces vencedor, había al cabo conseguido salvar la independencia de su reino, que se extendía a la sazón a lo largo de la costa cantábrica, apoyado en el mar y con la cordillera cántabro-pirenaica a guisa de muralla. Poco después de su muerte (842) Ramiro y Ordoño fortificaron algunas plazas al sur de los montes, para proteger los posibles caminos de acceso al embrión de España, todavía serrano. Hasta el año 883 fueron las nuevas fronteras del reino de Asturias repetidamente atacadas por las huestes sarracenas. Pero la anarquía que estalló en el Al-Andalus en los últimos decenios del siglo IX permitió a Alfonso III defender la raya del Mondego, del Duero y del Arlanza y ocupar y colonizar las tierras situadas al norte de esa línea fronteriza.
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SANCHEZ-ALBORNOZ, Claudio
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1947
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